La gran virtud de “La Caza” es esa capacidad que tiene de que el espectador tome partido por todos y cada uno de los personajes y se plantee que haría él en su lugar porque esto, en definitiva, no es una historia de buenos y malos sino de equivocaciones. La historia no tiene demasiadas fisuras, es directa y no contempla posibilidades mas allá de su germen principal, eso es bueno pero también hay momentos en que nos damos cuenta que sin esos actores ni ese director, la historia de “La Caza” es mucho más endeble de lo que parece, como si el hecho que desencadenan los acontecimientos posteriores no sea más que un débil McGuffin utilizado para explicar el calvario de un hombre injustamente señalado por casi todos los dedos. De todas formas, la interpretación de Mads Mikkelsen es tan sólida que cierta endeblez del guión queda suplida con creces. El director se encarga de otorgar gelidez a todos los sentimientos de los personajes, los actores se expresan con palabras más que con gestos y esta gelidez permite al espectador libertad para hacer suyo el drama. Es como si el espectador bebiese una bebida sin etiqueta, fácilmente reconocible, y el hecho de poner una etiqueta mental hace que esa bebida tenga un sabor diferente. Es difícil de explicar por qué los gélidos personajes de las películas de Thomas Vinterberg tienen tantas capas dramáticas, eso es una virtud del director que sabe escoger la historia, los actores y darle el toque necesario para descolocar al espectador. No es “La Caza” una película amable pero tampoco es rabiosamente agresiva, se puede ver con tranquilidad y nos hace reflexionar sobre lo que somos y como pensamos. Una película totalmente recomendable que sale de los estándares y nos ofrece una certera visión de un tema tan delicado como actual.