No es que “Tierra Prometida” sea una gran película, es una película más que entretenida y tampoco es mala. Y eso ya es mucho. A estas alturas no vamos a descubrir la habilidad de Gus Van Sant para facturar excelentes productos al margen de lo estrictamente comercial que es donde mejor se mueve. Pero cuando se adentra en el cine comercial pierde la personalidad que lo hace interesante y nos ofrece productos que podría haber firmado cualquier otro. “Tierra Prometida” es demasiado correcta para sorprendernos, tiene buenos momentos pero acaba perdiéndose en una historia que no es interesante (y un mal guión) unas interpretaciones grises y un ritmo cansino que lo acercan más a un telefilme que a una película propia de la pantalla grande. La historia del par de empleados de una multinacional en la búsqueda de terrenos para hacer fracking (extracción del gas del subsuelo) se convierte en algo que carece de interés porque si le cambias la problemática del fracking por cualquier otra casuística no deja de ser algo que ya hemos visto en otros cientos de películas. ¿Qué aporta “Tierra Prometida” más allá de cierta concienciación sobre los peligros del fracking? Absolutamente nada. A medida que avanza la película ya vemos lo que va a suceder y el ritmo pausado no nos ayuda a hacer esa espera entretenida, hay momentos que parece que Gus Van Sant está más preocupado por conseguir un bonito plano de una campiña o el plano de un bar lleno de granjeros con gorras de beisbol que en contarnos una historia. Cine comercial con mensaje ecologista, con cierto punto de interés pero que pierde toda su fuerza en una realización en la que ni el propio director parece interesado en lo que cuenta.