Cerca del final de la II Guerra Mundial una unidad de reconocimiento soviética se interna en Alemania, al soldado Dimitri (Alexander Mercury), recién graduado del Instituto de Cinematografía de Moscú, se le encomienda filmar todo lo que sucede, situación que es aprovechada para presentar la película como de metraje encontrado.

En un momento, el grupo debe desviarse a un pequeño pueblo para ayudar a un grupo de compatriotas que solicitaron ayuda por radio, este cambio los llevará al lugar donde están fabricando soldados con partes humanas de personas fallecidas y partes metálicas integradas, indumentaria, armas y otras cosas no tan funcionales.

Ese es el punto de partida de Frankenstein’s Army, la lucha por la supervivencia de este grupo de soldados frente a un enemigo horroroso e inimaginable, que comienza a destaparse poco a poco, unas hordas nazis que son invención del científico Viktor (Karel Roden).

Aspectos positivos del largometraje, sin duda el diseño de estos seres, complementando esto, los efectos especiales, prácticos y que denotan muchísimo realismo, preferible ver eso que un montón de imágenes generadas por computadora que se vean falsas, especialmente entendiendo que es un filme con presupuesto bajo.

Los escenarios están realmente muy bien, tétricos y agobiantes, Raaphorst consigue una muy buena atmósfera, incluso la historia por descabellada que parezca tiene un trasfondo interesante, sin embargo, el último tercio de la película peca porque se visualizan más estos seres, dejando de lado la cuestión del misterio, se devela mucho.

Los personajes están encasillados en sus papeles: el general, el bueno, el malo, el inoperante, el que está para llenar campo, no hay mayor evolución, pero tampoco es que importe mucho. La película cumple con lo que propone, una de esas obras serie B sobre Nazis que bien se puede decir que es prácticamente un género por sí mismo.