Película que retrata el encuentro y posterior romance entre Mia (Emma Stone) y Sebastian (Ryan Gosling), ella vive entre su trabajo en una cafetería y las múltiples audiciones a las que asiste, esto en su búsqueda por convertirse en una afamada actriz; él es un pianista apasionado por el jazz que toca en bares y restaurantes, tiene como anhelo crear un bar exclusivo de este género musical a punto de morir.

Con esto como telón de fondo, la película teje su trama entre el romance de los protagonistas y la búsqueda por alcanzar sus sueños, este segundo elemento también abordado en Whiplash (2014). Este es el tercer largometraje de Chazelle, con guion propio que tiene dentro de esta perspectiva romántica, un claro homenaje al género musical, el cual es la fuente principal de la emoción que el film logra.

El realizador consigue una muy buena labor detrás de cámaras, secuencias muy bien trabajadas, con elegantes movimientos de cámara, llenan al film de gran vitalidad, principalmente durante las musicalizadas. Lamentablemente, el espectáculo visual se ve diluido ante un argumento soso y plano, que se desarrolla de forma común, sin ningún sobresalto y sumamente predecible.

Es así como la historia de La La Land nunca sorprende ni deslumbra, no toma riesgos en una simpleza narrativa que aburre. Tras de eso, los números musicales de la pareja protagonista no se sienten emocionantes, ni activos, ni creíbles. Lo más rescatable de esta propuesta es en la escena del conflicto y quiebre de la pareja, donde sacan sus mejores dotes actorales, que queda claro no son ni bailando ni cantando.

Película vacía, sin alma ni emoción, tanto dentro de la historia, como refiriéndola como un homenaje al musical, porque incluso en eso se queda corto. Una enorme tropa de seguidores tanto de la crítica como del público la avalan, para mí, no ha pasado absolutamente nada.