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Voto de Laura:
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8.499
Drama
Emad y Rana deben dejar su piso en el centro de Teherán a causa de los trabajos que se están efectuando y que amenazan el edificio. Se instalan en otro lugar, pero un incidente relacionado con el anterior inquilino cambiará dramáticamente la vida de la joven pareja. (FILMAFFINITY)
27 de enero de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El viajante (Asghar Farhadi, 2016) como la mayoría de las cintas del director iraní, se detiene en la moralidad y las consecuencias de nuestros actos. Más concretamente Farhadi nos cuenta las vicisitudes de una pareja de actores que deben abandonar su casa, ante un alto riesgo de derrumbe, y pasar a vivir en un piso, podría decirse, encantado por la inquilina anterior. Un cambio de vivienda que será fatal para el destino de la pareja, tras la humillación que sufrirá Rana (Taraneh Alidoosti) y que la sumirá en un estado de extrañamiento y malestar general. Porque por encima de todo El viajante pone su objetivo en lo dañino y difícil de reparar que puede resultar un ultraje, en este caso un asalto violento, durante el cual un hombre se aprovecha de su situación histórica de dominación, para ejercer su poder de forma totalmente reprobable. Rana tras el asalto no podrá volver a ser ella misma y además su estado mental se entroncará en posiciones ambiguas, ya que por un lado, lo sucedido le ha afectado tanto que ni siquiera puede verbalizarlo y por el otro, se niega a aceptar que su asaltante sea víctima de una venganza liderada por su marido.
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spoiler:
Junto a la carga moral de nuestros actos y las profundas heridas que pueden crear en los demás, determinadas afrentas, surge con fuerza el tema de la venganza. Desde que Emad (Shahab Hosseini) se entera del asalto a su mujer, intenta obtener respuestas. En un primer momento, quizás le guíe la curiosidad y un sentimiento patriarcal de virilidad herida, pero poco a poco, a la vez que va haciendo descubrimientos aparece más en el el sentimiento de venganza. Emad quiere dar con el individuo que cometió tal tropelía, contra su mujer, y que pague un merecido alto. Toda esta búsqueda, llama la atención, que se produce al margen de la ley, es decir, en ningún momento Emad o sus vecinos llaman a la policía. De esta forma puede llegarse a la conclusión de que Farhadi nos pretende mostrar una sociedad sumamente individualista, que no confía en las fuerzas del orden y que sigue encomendándose a los métodos tradicionales de escarnio público. De hecho al final, cuando Emad descubre quién fue el que asaltó a su mujer, para el culpable lo más deshonroso es que su familia y su yerno se puedan enterar. Por encima de una posible pena de cárcel, la sociedad iraní parece temer más a la vergüenza y al desprecio público.
Aunque sin duda, en una sociedad más libre en la que los tabúes no son tan potentes, una afrenta así se hubiera podido afrontar de otra manera. Como se ha mencionado, sorprende la incapacidad social para referirse a estos temas. Rana ni siquiera habla claramente de ello, Emad apenas se atreve a preguntárselo con claridad y los vecinos prefieren tratarlo de puntillas y con el nivel de compromiso mínimo. Siendo todos víctimas de un puritanismo muy acusado y una incomunicación que ralla lo enfermizo. Además es llamativa la cobardía y el déficit emocional que caracteriza a todos los personajes, llegando Rana a tener que recurrir al hijo de su compañera para así poder enfrentarse a su piso y a los fantasmas que éste le generan.
En cuanto a la realización, destaca la anticipación del director a lo que la trama nos va a deparar. Como cuando asistimos a un viaje de Emad en un taxi compartido y somos testigos de las quejas de una mujer, que le reprocha la abertura de sus piernas (conducta que puede entenderse de machista y que antecede al hecho traumático que vivirá Rana). Al mismo tiempo, como espectador uno puede meterse a la perfección en las mentes de los protagonistas, gracias a una puesta en escena claustrofóbica, que privilegia los espacios cerrador, como el teatro, los dos pisos o el garage. No obstante, la cinta también deja tiempo al disfrute, con todas las secuencias en las que contemplamos el teatro dentro del cine (aspecto novedoso, ya que lo más común es ver el cine dentro del cine). Y deja un testimonio bonito para aquellos que tengan curiosidad por la vida diaria de un actor.
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Aunque sin duda, en una sociedad más libre en la que los tabúes no son tan potentes, una afrenta así se hubiera podido afrontar de otra manera. Como se ha mencionado, sorprende la incapacidad social para referirse a estos temas. Rana ni siquiera habla claramente de ello, Emad apenas se atreve a preguntárselo con claridad y los vecinos prefieren tratarlo de puntillas y con el nivel de compromiso mínimo. Siendo todos víctimas de un puritanismo muy acusado y una incomunicación que ralla lo enfermizo. Además es llamativa la cobardía y el déficit emocional que caracteriza a todos los personajes, llegando Rana a tener que recurrir al hijo de su compañera para así poder enfrentarse a su piso y a los fantasmas que éste le generan.
En cuanto a la realización, destaca la anticipación del director a lo que la trama nos va a deparar. Como cuando asistimos a un viaje de Emad en un taxi compartido y somos testigos de las quejas de una mujer, que le reprocha la abertura de sus piernas (conducta que puede entenderse de machista y que antecede al hecho traumático que vivirá Rana). Al mismo tiempo, como espectador uno puede meterse a la perfección en las mentes de los protagonistas, gracias a una puesta en escena claustrofóbica, que privilegia los espacios cerrador, como el teatro, los dos pisos o el garage. No obstante, la cinta también deja tiempo al disfrute, con todas las secuencias en las que contemplamos el teatro dentro del cine (aspecto novedoso, ya que lo más común es ver el cine dentro del cine). Y deja un testimonio bonito para aquellos que tengan curiosidad por la vida diaria de un actor.
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