La joven Marie, tras una ruptura sentimental sufrida el mismo día en que se iba a celebrar su boda y diversas dudas sobre sí misma que ya venían de tiempo atrás, decide poner tierra de por medio; desde su Alemania natal y lugar de residencia se traslada a Fukushima para formar parte de una compañía de payasos con la idea de llevar algo de distracción a las personas que aún viven en refugios temporales por no poder regresar con totales garantías a los que una vez fueron sus hogares debido a la radiación todavía existente. Una vez allí la joven se encuentra aún más perdida de lo que ya lo estaba en su tierra. Sólo tiene dos compañeros y ve que el trabajo que hacen resulta absurdo, que de nada sirve para aliviar el dolor de esos seres que, en su gran mayoría ancianos, no tienen donde ir y han quedado en un lugar inhóspito cerca de donde desarrollaron toda su vida y que han perdido para siempre. Desilusionada decide regresar a su patria, pero al final resuelve quedarse para ayudar a Satomi, la única persona que ha desoído las advertencias y ha vuelto a las ruinas de lo que fue su hogar, en un lugar donde continúa habiendo radiación.

Historia de dos mujeres, de edades, forma de ser y culturas muy diferentes, que se encuentran, debido al empeño de la más joven (que más que paliar su dolor busca, aunque no sea consciente de ello, encontrar un camino de redención). Marie compartirá la lucha de Satomi (geisha, su último trabajo, dada ya su provecta edad, fue el de maestra de aprendices de su oficio; y, dado lo cual. mujer amante de las antiguas tradiciones) contra los fantasmas de su pasado, de cuya presencia se siente culpable; aprenderá, algo muy zen, a concentrarse en todo momento, y solo en ello, en el trabajo que esté realizando en cada instante, lo que le evitará la entrada de pensamientos negativos, al tiempo que consigue realizar su trabajo de la mejor manera posible. Y, finalmente, comprobará con satisfacción como su ejercicio de esfuerzo y humildad tendrá recompensa, la del trabajo bien hecho y el del bien ajeno conseguido con él. Aunque su dolor, el que originó su viaje, continúe intacto.

La veterana directora Doris Dörrie firma también el guion de esta película consiguiendo un buen y bellísimo resultado. El guion no posee ni una arista, resulta perfecto; presenta una historia en la que no existe complacencia alguna, la narración del dolor de las dos mujeres protagonistas es crudo, y, por tanto, dadas las circunstancias ocurridas en aquel lugar, fuerte terremoto, tsunami provocado por este y fuga en la central nuclear como consecuencia de todo ello, resulta del todo creíble. En cuanto a la dirección es prodigiosa, haciendo en apariencia sencillo lo que es todo un ejercicio complejo. Ayudada por la magnífica fotografía en blanco y negro de Hanno Lentz compone esta sencilla joya plena de sensibilidad y ternura dotada de una narración a ritmo de haiku en sus secuencias, siendo estas, por tanto, bellas, cortas y precisas, como las mencionadas composiciones poéticas japonesas.

Salvación que llega en un caso de la forma más sencilla, recogiendo lo que en un tiempo se sembró. Salvación que no llega, pues no todo la tiene, aunque siempre hay esperanza, porque se sigue manteniendo la vida y dentro de ella hay cabida para todo, para lo más bello también, como dice la hermosa 'Canción de la vida' (Inochi no uta), cantada por Nami Kamata, que se oye mientras pasan los títulos de crédito finales.

Por último, destacar la interpretación de Rosalie Thomass en el papel de Marie.