Parodia dispuesta con mucha guasa y ninguna maldad. Sin alusiones de ningún tipo, el Simon Pegg guionista colabora en un guion sin más intención que la de hacer reír a costa de los zombis más idiotas reproducidos jamás. Para luchar contra ellos tenemos a Shaun (el propio Pegg) y a Ed (Nick Frost), dos adoquines pegados a un sofá cuya sedentaria vida se ve sacudida en cuanto el mundo, repentinamente y sin motivo aparente, se vuelve loco en manos de una invasión de muertos resucitados que pondrán a prueba lo que más quieren, seguir siendo ellos mismos bajo sus rutinarias vidas.
Tirando de analogía, bajo la malsana costumbre de la pareja protagonista de pasar el día jugando a videojuegos basados en acabar con enemigos virtuales, el guion toma conciencia de la semejanza y hace aflorar con espíritu grotesco y milagrosamente poco pusilánime, el pequeño héroe que hasta dos tarambanas como Shaun y Ed deben esconder en alguna parte. De paso, a Shaun le servirá para demostrarle a su novia Liz (Kate Ashfield) que su vida puede tener un futuro común más allá del 'Winchester', el pub al que todas las noches acude el grupo sin más ánimo que comer aperitivos y beber cerveza.
El panorama presentado no puede ser más hilarante incluso hasta cuando la dicha no siempre es buena. Estupenda gamberrada cerrada con gran ironía.