De veras, no sé si me sorprende más que un grupo de parejas de adultos tengan por práctica semanal jugar a diversos juegos de mesa, finalmente convertido en un Cluedo impostado, o que éste último acabe transformándose en algo real. Sin embargo, la estrategia, a priori bastante surrealista, que da pie a lo que de verdad importa, se vuelve hacia una de esas noches delirantes de malos y delincuencia tontorrona, en contrapunto con la torpe huida de buenos e inocentes, una caja de sorpresas constante que se presenta con alternancia de aciertos de vez en cuando en donde el humor encaja sobre la acción y viceversa. Se suma así a ese elenco de noches locas, con espirales de acción sin freno y precipitaciones absurdas bajo comportamientos todavía más ingenuos.
Por supuesto, no habría disparate sin personajes predispuestos para ello, condición sine qua non para que la agitada e inolvidable noche tenga el efecto deseado. En este sentido la química de Bateman y McAdams se encuentra fuera de duda y es difícil no adorar su ridícula competitividad. Pero es Plemons y su hierático rostro, haciendo las veces de inquietante vecino, quien se mete buena parte de la gracia en el bolsillo con sus contadas aportaciones; de la grima, pasando por mosca cojonera hasta terminar por ser enternecedor. Con profunda psicopatía y mucho humor es un secundario que se te mete en la retina y no lo sueltas. Memorable toda su aportación en la última escena jugando a adivinar de qué película se trata.
Un conjunto ameno de personajes y situaciones enrevesadas de esas que sabes que, aun pendiendo la vida de un momento de estupidez y otro de cobardía, nada malo puede acabar pasando (para quien nada malo ha de pasar, se entiende), y a ti te hace transitar de la sospecha de algo que ya habías advertido en la distancia, hacia la distracción sincera con alguna que otra dosis de carcajada, y todo ello, sin tener que pensar demasiado por el camino.