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Voto de John Dunbar:
8
Terror. Intriga. Thriller Tom y Evelyn son una pareja de turistas ingleses que viaja a una población costera española para disfrutar al fin de una tardía luna de miel. Sin embargo, cuando llegan, se quedan decepcionados: el lugar es demasiado bullicioso para pasar las tranquilas vacaciones que ellos habían planeado. Deciden entonces alquilar una barca para visitar una pequeña isla en la que Tom había estado cuando era más joven. Su sorpresa será mayúscula cuando ... [+]
2 de abril de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A decir verdad, y para ser más justos y exactos, fue mi paisano Juan José Plans, escritor entre otras facetas, quien puso primero el acento del horror sobre unas jóvenes almas que muy pocos serían capaces de entender o vislumbrar 'antes de', sobre su capacidad para infligir daño con malicia premeditada. En 1976 Plans escribe en una novela de muy poquitas páginas bajo el título de 'El juego de los niños', un relato sobrecogedor por su capacidad innovadora para poner en el centro de la diana a niños, de supuesta apariencia inofensiva, como impulsores de un clan de lo más despiadado.
Ese mismo año, acto seguido pues, Narciso Ibáñez Serrador adapta esa obra literaria y la lleva al cine con el nombre de '¿Quién puede matar a un niño?'. Este título aún le da un toque subrepticio más idóneo para el electrochoque que supone ver ciertas cosas en la peli firmada por 'Chicho', comportando un consecuente dilema moral al actuar al efecto, para lo cual esa pregunta se adapta a las circunstancias perfectamente. No creo que Stephen King, ya fuera por inmediatez temporal, distancia geográfica o cualquier otra razón, con sus 'chicos del maíz' se amparase en Plans e Ibáñez Serrador para seguir abriendo camino en el suspense, o tal vez sí, quién sabe.

La película se inicia con la llegada de una joven pareja de turistas a una ficticia ciudad costera de la España mediterránea, dispuestos a disfrutar de unos días de sol y tranquilidad en una pequeña isla también imaginaria situada a muy pocos kilómetros, prácticamente anexa, de cuya existencia él conoce de sus días realizando el servicio militar. A su llegada, la extrañeza no se hace de rogar. No hay rastros de vida, ni humana ni animal, a excepción de unos niños que los reciben y ayudan con el bote en el puerto, y el silencio es lo único que hace compañía al calor. Hasta que comienzan a cruzarse con algunos de esos niños en el interior de la isla con un semblante frío, distante, perturbador. Nada bueno se presagia y la certeza llega cuando aparece ante sus ojos el primer adulto, un encuentro que les dará la explicación del porqué de las cosas, al menos de su primer interrogante.
Se respira inquietud, aspecto bien logrado desde su atmósfera temprana hasta la concurrencia de todos y cada uno de los actos. No hay parámetro valedor para actitud equiparable en unos infantes como poseídos por una fuerza desconocida; la explicación única ha de buscarse justo en su arranque, antes incluso de que se escuche la primera voz, una reflexión en forma de fotografías descarnadas de adultos sobre menores, para cuya mejor respuesta parece solo caber la venganza de aquellos que sufren el contenido de las mismas. Tan irracional como inhumano, lo primero como lo segundo, con la diferencia de que la réplica proviene de causantes inesperados, algo impensable, envolviéndose de tanta o más crueldad que cualquier acto dispuesto a la inversa. La posesión que parece embrujar a los aparentemente tiernos moradores de la isla ha de servir como desquite de cualquier atrocidad, y sin embargo, no deja de ser cuestionable hasta la extenuación, jugando con una falsa fragilidad, que la pregunta de partida siga siéndolo al final.
John Dunbar
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