La mayor locura marveliana nos ha devuelto en formato blockbuster el epítome del disparate, bajo el síndrome de los superpoderes de la grosería burlona, el uso reiterado de dobles sentidos y la ironía incorregible.

Wade, o sea, Deadpool (Ryan Reynolds), de nuevo se convierte en estímulo personal por encima de la historia que cuenta, que aporta subordinadamente lo que el procaz personaje demanda, que no es otra cosa que divertirse sin complejos sin mirar en exceso a su alrededor gracias (o por culpa de) al mundo que cayó en sus manos. Un loco, un charlatán o un respondón, incorregible en todo caso, cuyo traje no solo le da el avatar de hombre con superpoderes, sino que también le vuelve el chiste permanente que esconde seguro lo que nunca quiso ser, aunque nadie mejor que él, debía ser.

A este deslenguado le recuperamos en aquello en lo que ha decidido ocupar su tiempo (tampoco le quedaban muchas otras opciones), un cazarrecompensas fuera de lo común que lucha con su verborrea aún más que con los puños, y de esto ya hay lo suyo. Una mala operación le pone en la diana y el resultado desmorona su mundo inclasificable, precipitándose al vacío, sin su verdadera fuente de poder, de la misma manera en que concibe su propia existencia.

Y se puede decir que ese es el punto en que verdaderamente se inicia esta secuela con más personajes y más cachondeo, si es que cabe, dando la bienvenida a algunos de los miembros de la nutrida plantilla de los X-Men y a otros que, a diferencia de éstos, encajan bastante más en la burla permanente, que es su referencia. Esto ha de incluir, con su debida distancia, a Cable (Josh Brolin), el enemigo a batir venido del futuro a nuestros días, una especie de Terminator marveliano con una misión entre ceja y ceja, cómo no, idea que sufre reveses inesperados por el camino hacia el interés particular.

La clave emocional y transitiva es el niño Russell 'Rusty' Collins, autodenominado como Firefist (Julian Dennison, a quien reconocí inmediatamente a raíz de esa extrañeza neozelandesa llamada 'A la caza de los ñumanos'), naturalmente con un gran poder encima y con poco juicio aún en su cabeza, respirando del odio y la desconfianza al sosiego y la sensibilidad y viceversa. En el fondo, un chico entrañable que genera con sus actos la inflexión de la cinta y le pone la nota de afecto entre mutantes y no mutantes.

Como Deadpool es un desparrame en sí mismo, la chanza es como un satélite en constante movimiento sobre el que orbita la historia, un desarrollo vertiginoso y muy gratificante cuyos actos son siempre destinados a la broma subyacente, porque hasta cuando hay que ponerse serio siempre le acaba quedando este recurso del que va sobrada, de alguien que patea la responsabilidad y sus negativas consecuencias porque no va con él. No, no es del todo cierto, porque aunque no lo parezca, bajo ese traje ajustado y su incontinencia verbal para todo y para todos como quien reparte caramelos a la puerta de un colegio, se esconde sin remedio un alma destrozada que vive su remendada vida como pollo sin cabeza, como denota el principio y el fin de esta inevitable secuela, con más inclinación a unir que a separar y garantista para con su público cabalgando hacia completar, de momento, una trilogía que se hará desear desde los bonus track actuales hasta los teasers y demás ganchos que vayan viniendo.

La diversión está asegurada.