Premiada película escrita y dirigida por Martin McDonagh que nos devuelve al tema de la justicia pendiente. Los que tienen hambre y sed de justicia aún no han sido saciados. Mientras esperan el tiempo bienaventurado, vagan errantes y obstinados por un afán irrefrenable de alcanzar justicia: al culpable el castigo, a la víctima la reparación. Va creciendo un sombrío escepticismo sobre Montesquieu pues comprobamos que la justicia y el gobierno siguen vinculados estrechamente al poder financiero. Entonces los recursos defensivos son escasos. El primero, el principio de publicidad. Utilizar los viejos y olvidados anunciadores para publicitar la queja. Kant en La paz perpetua, elevó el criterio de publicidad a la categoría de principio trascendental: sin ella no habría justicia (que sólo puede ser pensada como públicamente manifiesta) ni habría tampoco derecho, que sólo se otorga desde la justicia. Y más concretamente: son injustas todas las acciones que se refieren al derecho de otras personas cuyos principios no soportan ser publicados. Publicitar la injustica y la atrocidad cuesta la vida a muchas personas. La denuncia es la única arma de los pobres de la tierra. Nuestra protagonista se apoya en la publicidad que no es soportada por los que han sido complaces silenciosos del olvido. Pero nos movemos en una sociedad americana cuya Constitución en su tercera enmienda protege el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas y utilizarlas para defenderse del Estado. Venganza y linchamiento son las estrategias internacionales de la política americana. Una justicia creíble e independiente en la que puedan confiar los ciudadanos sus conflictos es la base de la convivencia y el logro social humano de mayor valor. Su ausencia nos hace clamar por el Leviatan hobbesiano.