Posiblemente la única película de Jackie Chan que merece la pena rescatar de su filmografía, por lo que tiene de irreverente y políticamente incorrecta. Ataca el imperialismo inglés, y más concretamente la expoliación a la que sometieron los británicos a sus antiguas colonias. Por otro lado hace una divertida apología del alcohol como sustancia válida para las artes marciales por su capacidad para enmascarar el dolor y para relajar cuerpo y mente.

Según el doctor, padre de Jackie Chan, los boxeadores borrachos aprovechan el alcohol para llevar su lucha a un estado de excelencia. Lo que ocurre es que mucho de ellos acaban siendo víctimas de la misma sustancia que les ha llevado al summum de la lucha, es decir, alcoholizados y convertidos en desechos de la sociedad.

Sin embargo, Jackie Chan, a pesar de la promesa de no volver a beber que le hace a su família, rompe esa misma promesa para deleitarnos con una serie de técnicas que harían las delicias del mismísimo Bruce Lee.

El guión, por supuesto, es deleznable. Pero en este tipo de cintas, ¿quién busca un guión coherente?

Saludos pascueros.