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España España · Barcelona
Voto de Astatine:
7
Drama. Bélico Durante la Segunda Guerra Mundial el soldado británico Jack Celliers (David Bowie) llega a un campo de prisioneros japonés. El comandante del campo cree firmemente en valores como la disciplina, el honor y la gloria. En su opinión los soldados aliados son cobardes al entregarse en vez de suicidarse. Uno de los prisioneros trata de explicar a sus compañeros la forma de pensar de los japoneses, pero éstos le consideran un traidor. (FILMAFFINITY) [+]
24 de julio de 2014
50 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se tardan dos horas en verla, pero mucho más en reflexionar sobre ella. En ese sentido no es una película directa ni fácil. Admite lecturas desde diversos puntos de vista y, al menos para mí, eso exige más de un visionado. Como obra es imperfecta en muchos sentidos, pero con ese tipo de imperfección que la hace aún más interesante.

Toda la cinta se basa en la contraposición, más o menos balanceada, de opuestos. De los cuatro protagonistas, dos (Yonoi y Hara) son japoneses, y dos (Lawrence y Jack Celliers) son occidentales. Es curioso de ver cómo el estilo de interpretación es diferente en los actores japoneses (más rígido, para nosotros sobreactuado) que en los occidentales. Se habla tanto japonés como inglés, aunque la mayoría de los personajes no entienden más que uno de los dos. La barrera idiomática no es más que una de las barreras entre los prisioneros británicos y los japoneses: el comportamiento y las expectativas de unos resulta incomprensible para los otros, y viceversa, a pesar de los esfuerzos de Lawrence (que habla japonés) por hacer de nexo de unión. Sin embargo, tampoco él es capaz de comprender plenamente a los japoneses: los bagajes culturales de uno y otro pueblo son muy distintos. Ese bagaje provoca que el mismo espectador tampoco pueda ser imparcial (ha de ser muy distinto verla siendo occidental que siendo oriental, presumo). A ese respecto, el espectador occidental tiene dos opciones: ver la película sin subtítulos para las partes en japonés, desde el punto de vista de los prisioneros, o verla con subtítulos; pero saber lo que dicen los japoneses no es garantía de comprender porqué hacen lo que hacen. Para ello, se necesita un cierto estudio sobre la historia y la cultura del «bando contrario»; y si esta película despierta ese interés en el espectador (y lo ha logrado conmigo) es un triunfo que hay que reconocerle.

El argumento está en un completo segundo plano. Lo que lleva la película son las acciones, sentimientos y relaciones entre los personajes. La primera pareja dramática es Lawrence-Hara. El coronel Lawrence (gran Tom Conti) es un personaje al que se coge cariño inmediatamente en su papel de mediador. Su humanismo es palpable, pero sus intentos de aproximar los dos mundos lo dejan un poco en el limbo: por un lado, le acarrearán la desconfianza de sus compañeros británicos. Por otro, a pesar del respeto que se gana por parte del sargento Hara (y que también se percibe en Yonoi) ellos tampoco lo comprenden, con el agravante de que además es su prisionero. Sus frases sobre los japoneses son demoledoras, de lo mejor de la cinta. Hara (gran actuación de Takeshi), por su lado, es un personaje fascinante: es como un niño y, como tal, despliega una brutalidad inocente, hace lo que otros han dicho, sin plantearse si está bien o mal. En sus conversaciones con Lawrence se nota la simpatía y la amistad que los une, lo que no le impide apalearlo sin piedad varias veces durante la película.

La segunda pareja es Yonoi-Celliers. Así como los otros dos son personajes más cercanos al espectador, estos están en otro plano: son casi arquetipos. Casi, porque su carácter guarda las suficientes incógnitas como para que nunca lleguen a caer en lo plano. Los paralelismos entre ellos son evidentes: los dos son líderes natos, los dos se culpabilizan por un hecho de su pasado, y los dos se sienten fuera de lugar en un mundo que no es el suyo (Yonoi es un samurái en la época incorrecta y Celliers, a pesar de ser un hombre respetable, siente que se su vida no significa nada). Los dos son almas gemelas que parecen estar buscando «algo» que no saben lo que es y, cuando se encuentran, el mundo explota. Celliers es definido como un «soldado de soldados», pero David Bowie rescata a su personaje de convertirse en el típico héroe al uso, tanto en aspecto (androginia) como en comportamiento (Celliers es imprevisible, excéntrico, por no decir que está como una cabra). Ryuchi Sakamoto está muy hierático como Yonoi, pero su interpretación es buena, incluso cuando se fuerza a su personaje hablar inglés, que se nota que es un lenguaje con el que no se siente cómodo. La fascinación a primera vista que le provoca Celliers traspasa la pantalla: a partir de allí, su control del campo de prisioneros y su propio autocontrol van cuesta abajo. El resto de personajes (Lawrence y Hara los primeros) también perciben, con sorpresa y creciente alarma, esa conexión entre los dos. Pero así como la actitud de Yonoi hacia Celliers es, dentro de lo que cabe, bastante clara (que no simple), la de Celliers hacia Yonoi quizá sea la incógnita más grande de esta película.

Por último, decir que aunque el título de la película sea «navideño», Oshima, el director, no intenta endulzar nada. Ni la brutalidad de los japoneses en el campo, ni las consecuencias que la inminente derrota va a tener para Japón. Todo el tema de Santa Claus me sugiere, aparte de lo obvio, la interferencia y progresiva suplantación cultural de una nación sobre otra. Por su parte, Yonoi es melancolía pura: encarna a una civilización que ha llegado a la última fase de su decadencia y está a punto de ser sentenciada, y lo sabe. En ese sentido, la atracción y progresiva ruptura psicológica de Yonoi ante Celliers es paralela a la ruptura moral y cultural de Japón ante occidente. Y a pesar de que la película es bastante «complaciente» hacia el público occidental, el jefazo de los británicos, Hicksley (Jack Thompson), un intransigente que no ve a los japoneses más que como «el enemigo» y no tiene ningún interés en comprenderlos, se presenta bajo una luz muy negativa.

Respecto a la música, aunque concuerdo en que es notable, el uso del sintetizador y el tono «ochentero» en una película de la Segunda Guerra Mundial añaden aún más elementos extraños a esta mezcla que, como ya he dicho, a pesar de todos sus defectos y disonancias internas (o, precisamente, a causa de ellas) queda en el recuerdo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Astatine
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