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Voto de Lafuente Estefanía:
8
Western. Aventuras Dos viejos amigos se asocian para escoltar un cargamento de oro desde las minas de Alta Sierra hasta un banco. Uno de ellos (Joel McCrea) es un hombre honrado que sólo se propone hacer bien su trabajo; el otro (Randolph Scott), en cambio, carece de escrúpulos y proyecta robar la valiosa mercancía. (FILMAFFINITY)
1 de enero de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos en los últimos años del siglo XIX, por las calles de Coarsegold transitan ya automóviles, guardias uniformados dirigen la circulación, hay carritos de helados y un viejo pistolero, "El Chico de Oregón", Gil Westrum (Scott), se encarga de una atracción de feria de tiro al blanco. Por un extremo de la calle hace su entrada un antiguo sheriff también entrado en años, Steve Judd (McCrea), saluda con su sombrero a los que parecen aclamarle. No lo aclaman, es que estorba. Y estorba en una curiosa carrera entre un dromedario (no camello) y varios caballos, tal como le explica un guardia con muy malos modos. Otra vez Peckimpah entre animales, volverá a hacerlo al final de la cinta en un corral con gallinas que se picotean.
Llega Steve con el encargo de transportar hasta el banco un cargamento de oro desde las minas de la alta sierra, tarea en la que ya han fracasado otros antes. Los banqueros tienen sus dudas al ver su edad. Ahora directamente lo hubieran mandado a paseo por "no dar el perfil que requiere el trabajo". Para tranquilizarlos promete Steve acompañarse de dos guardaespaldas, 20 dólares por día para él y 10 para cada uno de los otros dos. El elegido es su antiguo compinche Gil y un agresivo mocito que lo acompaña, Heck Longstree (Starr), aunque estos dos abrigan otros proyectos para el oro del transporte.
Durante la ascensión a las montañas se incorporará al grupo una joven, Elsa Knudsen (Hartley), que está harta de los sermones y de los palos de su padre predicador y ranchero. Interesante el duelo de citas bíblicas que establece con Steve que queda finalmente en tablas.
Tenemos pues viajando a dos jóvenes medio enamoriscados y dos veteranos pistoleros. Mientras rememoran estos su vida pasada, vemos como Gil trata de convencer a Steve de quedarse con el oro. Nunca lo dirá abiertamente, pero sibilinamente lo lleva a plantearse lo qué ambos han hecho de sus vidas, lo que hubieran podido hacer de las mismas de haber contado con mejore oportunidades, pues al final "El ropaje del orgullo es lo único que lleva el pobre a su muerte".
Steve lo sabe de sobra y hace balance de su vida profesional, valorando en 100 dólares cada tiro que le han disparado, 1.000 por cada herida de bala (cuatro en su caso), más los palos, batacazos, noches de guardia sin dormir, gastos en médicos o medicinas y tiempo de baja para recuperarse, calcula que no bastaba para pagarle con todo el oro que debían conducir. Pero eso es una cosa, y otra muy distinta robar ... aunque sea al banco. El honor está por encima de todo, como finalmente acaban entendiendo los cuatro en un desenlace épico y maravilloso.
La película toda está impregnada de ese tono nostálgico del tiempo pasado que ya no vuelve, el guión y los diálogos son magistrales, lo mismo que la interpretación de Scott y de McCrea, precisamente ellos que constituyen todo un símbolo en el género, tampoco desmerecen algunos secundarios asimismo clásicos. La juventud que llega con los nuevos tiempos, la sensación de estorbo que la sociedad reserva a los veteranos. No se resignan estos que se aferran a aquello que escuchábamos en nuestra infancia: "Pa'mozos los de antes, pa'casaos los de ahora".
En el caso de Steve el paso de los años se aprecia en su presbicia o vista cansada que debe corregir con unos lentes que celosamente oculta. Otro detalle sanitario lo tenemos en la tienda de drogas y medicinas del poblado minero que visitan.
Aunque la personalidad de los dos jóvenes protagonistas parece poco perfilada, sobre todo en comparación con la hondura dedicada a los dos pistoleros, no hay duda que nos encontramos ante una gran obra. Muy recomendable.
P.D. Como verán, nos resistimos a aceptar y utilizar el mantra del "western crepuscular". Ya está bien de crepúsculos.
Lafuente Estefanía
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