Dos duelos a muerte cuchillo en mano con los contendientes atados por el brazuelo. Modalidad que recuerda a los garrotazos goyescos.
Un niño contempla así la muerte de su padre. Veinte años después el destino le ofrece a David Kingston (Hemsworth) la oportunidad de enfrentarse al matador de su padre, Abraham Brant (Harrelson), ahora convertido en dueño y señor de un pequeño pueblo de la frontera mexicana donde imparte justicia, lo mismo la divina que la humana.
Otra cinta de venganzas. Otro western más de los que últimamente se prodigan de predicadores sádicos, de iglesias de los últimos tiempos, de poderes sobrenaturales ... de rollos pseudorreligiosos baratos.
En un puño tiene Brant a todo un pueblo, a un rebaño de personas que se junta en la ¿iglesia? a escuchar sus ampulosos sermones mesiánicos, vestido siempre con un traje blanco que contrasta con la negrura de las tocas de las mujeres que lo rodean que cantan sus salmos blandiendo culebras en las manos.
Con un guion que deja muchas cosas por aclarar y una realización que se centra en las escenas sangrientas, olvidando dar cohesión a una trama que camina a saltos. Hay situaciones y planteamientos que aparecen de nuevas, de sopetón, sin preparación ni antecedente alguno.
Los aspectos técnicos están bien, como la fotografía o los escenarios naturales. Impecable la ambientación con su Barber-Dentist y su Apothecary que elabora remedios de maíz.
Interpretaciones correctas. Otra cosa son los personajes, resulta excesiva la caricatura de Brant e incomprensible el "encantamiento" de Marisol (Braga), la esposa mexicana de David.
Película pasable que sigue la onda de ese espiritismo sórdido y vulgar tan de moda últimamente, que lo ambientan en el Oeste como podrían hacerlo en Marte.
Vale para pasar el rato, abstracción hecha de algunas escenas "quirúrgicas" completamente gratuitas.