Después de un viaje en tren Mike Ryan (McCrea) toma la diligencia que debe llevarlo a Bancroft. Al pescante un joven Slim Pickens. Comparte asiento con una jovencita algo suficiente, Molly (Weldon), que critica su falta de arrestos cuando son asaltados por dos enmascarados. Y más cuando su padre, el sheriff Tom Jones (Richards), nombra a Mike su ayudante para descubrir al autor de los robos.
Un western policial. Lo malo es que su intriga es nula pues desde el primer momento conocemos la identidad del malvado, Velvet Clark (Stevens), un oscuro personaje de mirada huidiza. Incluso sabremos que, en realidad, McCrea es (otra vez) un agente encargado por el Gobierno para detener al culpable.
Las cartas están al descubierto desde el inicio. No hay por lo tanto suspense.
La originalidad radica precisamente en la personalidad de Velvet, el motivo que lo induce a cometer los robos y los asesinatos.
Lo de menos es el modus operandi que es de lo más infantil, lo que importa es el impulso interior que lo lleva a cometerlos. Y es que estamos ante un aprendiz de Chopin incapaz de tener los dedos quietos ante un piano abierto y bien afinado. Las manos se le van al teclado interpretando lo que parecen "Nocturnos".
Y nocturnas son las mejores imágenes que nos muestra la realización, con sus sombras amenazadoras, sus claroscuros o sus rostros crispados surcados de arrugas.
La trama es convencional con escenas de relleno muy poco creíbles. El guion de lo más pueril. Gélido el apartado romántico entre dos cubitos de hielo, Mike & Molly, algo más de interés ofrece Rosa (Fields), la chica de cantina enamorada de Velvet y al corriente de sus correrías.
Buena ambientación de interiores, bien los paisajes y las cabalgadas que culminan en el desfiladero del título.
Cinta, en resumen, pasable que gustará a los aficionados al western clásico, no tanto al resto de espectadores.