Después de muchos años hemos vuelto a ver a los hermanos Marx, ahora en el Oeste. Lo mismo que si estuvieran en la Luna, sus películas siguen siempre un mismo patrón a base de plantear situaciones hilarantes y cómicas en ayuda de alguna pareja de tortolitos que atraviesa dificultades debido a los egoistas y ambiciosos de turno. Es igual que estén ambientadas en el Oeste como en el teatro de la ópera.
Se trata de golpes sencillos rodeados de abundante gestualidad, chistes graciosos que invitan a la sonrisa antes que a la carcajada, pero siempre tiernos. Es precisamente esta ternura lo que para nosotros enriquece este tipo de humor antiguo, que hizo reir a nuestros padres y que ahora, al cabo de los años, nos sigue haciendo sonreir. Viendo estas viejas cintas nos preguntamos si realmente el humor ha evolucionado a mejor.
El sabor agridulce, a veces un tanto ácido pero siempre fresco, del humor de los hermanos Marx, evoca esa bebida tan popular de Carolina del Sur y otros estados meridionales: el julepe de menta que aparece en la película hecho con menta, bourbón azúcar y agua con un toque decorativo de hierbabuena, vamos como un "mojito" vulgar.
Por cierto que para la farmacia el julepe es un remedio dulce usado como vehículo para diversos medicamentos. No encontramos en la obra ninguna otra referencia sanitaria, a no ser que consideremos el baile que se marca el "hombre medicina" del poblado indio que visitan los tres hermanos.
Si hemos de destacar alguna escena nos quedamos con la del saloon con las bailarinas al fondo interpretando un cancán, o la de la diligencia puesta sobre dos ruedas y a toda velocidad mientras en su interior se desencadena una escena que recuerda mucho a las del famoso camarote de estos mismos hermanos.
En resumen, una buena película que bien merece ser conocida o darle una nueva oportunidad para reconocerla.