Ni que decir tiene que la habilidad de los estudios Pixar (casi filial a Disney) para dar vida, humanizar y hasta socializar cualquier elemento de la realidad es verdaderamente impresionante (taburetes, juguetes, lámparas y, en este caso, coches). El hecho de crear todo un mundo alrededor de estos objetos supuestamente inertes con su propia idiosincrasia (hasta el punto de que dan la impresión de normalidad en su existencia vital y animada) ya ha sido toamda por otros estudios, pero con peores resultados.
En esta ocasión se nos cuenta la historia de un coche de carreras que se pierde en un abandonado poblado (de coches, claro) una semana antes de la gran final del campeonato que le puede abrir las puertas de la fama. En principio esto es lo que más ansía nuestro protagonista, Rayo McQueen (nombrado así en honor al actor Steve McQueen, apasionado de las carreras de coches), pero a lo largo del film descubrirá que hay cosas más importantes en la vida, como la humildad, la deportividad, la honestidad y la cooperación. No obstante, gran parte de la película se hace un poco pesada, con secuencias de moralina un tanto manidas en espera de la gran acción, que se condensa en los dos mejores momentos del film: las carreras al inicio y al final, narradas por Antonio Lobato (voz de la Fórmula 1 televisada en España y casi tan conocido como Fernando Alonso), quien aporta realismo y emoción.
Como curiosidad destacamos las parodias finales de otras películas Pixar, pero en este caso protagonizadas por coches.