"El secreto de Adaline" es la versión del Lidl de "El curioso caso de Benjamin Button" (David Fincher, 2008). Tengan a bien usar lo anterior como virtud o como defecto. Lo que más rabia les de.
Un tal Lee Toland Krieger, tipo al que no tengo ubicado y que, según parece desde 2015, año de estreno de la cinta que ahora nos ocupa, lleva refugiado en el mundo series de televisión, dirige "El secreto de Adaline". Drama romántico que juega con el factor tiempo, como la de Fincher, solo que desnudando a la propuesta de ambición y pompa. Toland Krieger se limita a lo puramente romántico, dejando de lado, por ejemplo: el factor aventura histórica a través de los tiempos o la épica de calendario. Algo a lo que "El curioso caso de Benjamin Button" era más dada.
Fruto de ello cabe ver "El secreto de Adaline" como un todo desaprovechado. Pero al final es inevitable cuando una premisa tan aparentemente jugosa es reducida al factor trágico-romántico y ya. Vamos, un mal endémico similar al de esa hermana llamada "Un amor entre dos mundos" (Juan Diego Solanas, 2012).
Lo que sí demuestra consistencia en el guion de "El secreto de Adaline" es el factor sci-fi. La película se toma muy en serio, pero que muy, lo de explicar detalladamente las vicisitudes de porqué el personaje de Blake Lively no envejece. Algo que me ha agradado y desconcertado a partes iguales.
Visualmente "El secreto de Adaline" es muy bonita y resultona, lo admito. Y está Harrison Ford por ahí, en medio además de un golpe que no vi venir. Así que nada. Entre pitos y flautas me he comido con gusto la película, aún teniendo sus cosillas.