Una de las películas más icónicas de Robin Williams gracias a la sabia conjunción de un buen conjunto de elementos que conquistó a una generación. Tiene ese espíritu noventero que lleva aparejado un incremento de los efectos especiales que hoy día pueden parecer rudimentarios en comparación con las inserciones tridimensionales. Pero en la época de hace 20 años resultaban asombrosos para los niños, los principales consumidores de esta obra aunque estuviera orientada para todos los públicos. Leones, elefantes, rinocerontes, serpientes, primates... No hay espacio para la relajación, sólo segundos para lanzar los dados.

El guión no es original, ya que una vez más (como gran parte del cine que vemos) se trata de una adaptación y en este caso particular de un libro. Pero la plasmación al celuloide conquista la imaginación del espectador, convirtiendo al juego de mesa en una auténtica atracción y aventura desde el primer momento. A ello se le suma una buena dosis de humor con un Williams que sabe interpretar a un adulto en el que aún pervive el niño que siempre ha sido en la película. Ese niño que nunca debe de desaparecer en nosotros: lleno de ilusión e imaginación.

Los adultos de hoy difícilmente sepan apreciarla si no llegaron a verla de pequeños en su día. Así que antes de que se estrene el remake del año que viene, sería conveniente revisar o conocer primero ésta, ya que en toda reconstrucción de una película no hay que olvidar sus orígenes. Y se podrán superar los efectos especiales, pero difícilmente será posible encontrar un protagonista tan carismático como Robin Williams. El héroe de muchos niños en los noventa que ya de mayores le echan de menos.