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Voto de Tylercito:
6
3,5
3.973
Animación. Infantil. Comedia
Los protagonistas habitan la misteriosa tierra de Textopolis, donde todos los emojis favoritos de la gente cobran vida, mientras esperan ser seleccionados por el usuario del teléfono. Todos los personajes tienen una sola expresión facial a excepción de Gen (TJ Miller), un emoji que nació sin filtro y se llena de múltiples expresiones. Para lograr ser normal, Gen se embarcará en una aventura o “app-ventura”, junto a sus amigos Hi-5 y ... [+]
22 de diciembre de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me molestaría en escribir estas líneas si Emoji: la película (Emoji de aquí en adelante) fuese tan solo el film nefasto que todos quieren ver. Pero es que Emoji tiene subtexto. Y es un subtexto aterrador.
Sí; formalmente, estamos ante una película nefasta. Sin tensión, sin imaginación, sin belleza, sin nada. ¿Qué podía hacer Anthony Leondis, segundón responsable de subproductos de la talla de Lilo & Stitch 2, ante el desafío de hacer interesante una película sobre emoticonos de una app para el móvil? Poca cosa. Técnicamente hablando, eso es lo que hace: poca cosa.
Vayamos al subtexto. Con subtexto no me estoy refiriendo a lo abominable del hecho de que esta película pueda verse como una “obra hiperactiva de propaganda interactiva en la que Spotify salva al mundo” (David Ehrlich dixit), en la que Sony, una de sus productoras (la otra es LStar Capital, firma de capital privado encargada de cofinanciar las películas del gigante japonés bajo la que se esconde el fondo estadounidense Lone Star Funds –un fondo que, a través de su empresa Neinor Homes, está reactivando la burbuja inmobiliaria en España (100% Evil Corp, vamos)–); perdón, me voy por las ramas. Lo abominable (o, al menos, lo más abominable) no es que Sony se dedique a vendernos lo cool que supone poseer un móvil de última generación (“Como a todo chico de 15 años, [a Gene] le gusta más el móvil que… que… jaja, ¡nah! Sólo le gusta el móvil. Tiene instaladas todas las aplicaciones menos una, que se llama hacerle caso al profe”.). Lo verdaderamente aberrante son los mensajes que esconde la historia.
(Desmenuzo los detalles de la trama en la zona spoiler:)
Sí; formalmente, estamos ante una película nefasta. Sin tensión, sin imaginación, sin belleza, sin nada. ¿Qué podía hacer Anthony Leondis, segundón responsable de subproductos de la talla de Lilo & Stitch 2, ante el desafío de hacer interesante una película sobre emoticonos de una app para el móvil? Poca cosa. Técnicamente hablando, eso es lo que hace: poca cosa.
Vayamos al subtexto. Con subtexto no me estoy refiriendo a lo abominable del hecho de que esta película pueda verse como una “obra hiperactiva de propaganda interactiva en la que Spotify salva al mundo” (David Ehrlich dixit), en la que Sony, una de sus productoras (la otra es LStar Capital, firma de capital privado encargada de cofinanciar las películas del gigante japonés bajo la que se esconde el fondo estadounidense Lone Star Funds –un fondo que, a través de su empresa Neinor Homes, está reactivando la burbuja inmobiliaria en España (100% Evil Corp, vamos)–); perdón, me voy por las ramas. Lo abominable (o, al menos, lo más abominable) no es que Sony se dedique a vendernos lo cool que supone poseer un móvil de última generación (“Como a todo chico de 15 años, [a Gene] le gusta más el móvil que… que… jaja, ¡nah! Sólo le gusta el móvil. Tiene instaladas todas las aplicaciones menos una, que se llama hacerle caso al profe”.). Lo verdaderamente aberrante son los mensajes que esconde la historia.
(Desmenuzo los detalles de la trama en la zona spoiler:)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Una lectura superficial podría no hacernos ver las verdaderas intenciones del monstruo. Gene parece ser el patito feo que nadie traga. El universo le tiene reservado un lugar en el que no encaja. Al principio intentará adaptarse, pero finalmente decidirá aceptarse y ser él mismo y todos reconocerán su valía. Por el camino, a Gene le dará tiempo a enamorar a Lady Hacker, que aprenderá no se sabe muy bien qué (aparte de a bailar) durante el periplo, y en el mundo real, Alex (el niño), conseguirá un acercamiento con Addie (su amor platónico).
Ahora cojamos la lupa. La película nos presenta, claramente, un UNIVERSO EMPRESARIAL, donde los iconos trabajan al son de su caprichosa directiva (Alex). Por tanto, el problema no es que Gene no encaje en el mundo, sino que no encaja EN LA EMPRESA. ¿Cuál es la solución? La solución, por supuesto, no es revolucionar ese mundo de esclavitud regulada, sino convertirse en el TRABAJADOR TOTAL, ese joven proactivo capaz de adoptar cualquier rol que la directiva (Alex) le requiera (ojo: Gene consigue ser él mismo cuando adopta un estado de sentimientos multipolares esquizofrénicos –tiene dentro más multitudes que el puto Walt Whitman–). Gene se vuelve un trabajador dinámico y flexible, totalmente adaptado a cualquier circunstancia, sin ataduras (Lady Hacker y él acaban siendo una especie de follamigos; esto, por supuesto, no se explicita en la película, pero está, y si no se desarrolla una historia de amor tradicional no es porque Lady Hacker sea un icono feminista independiente –no olvidemos que con su triste “¿De qué sirve salvarse uno mismo si no hay nadie más?” se despide de la nube (el único lugar donde teóricamente se podía ser quien uno quisiera –y digo teóricamente porque al final esa nube se nos presentaba como una gran urbe New York style, en la que poca libertad se intuía–) dejando atrás todos sus sueños en pos del redil empresarial sin rechistar, consiguiendo, eso sí, no convertirse en una princesa o en una novia, sino en una… follamiga–, sino porque en la nueva empresa no hay sitio para ataduras personales fuertes que puedan hacer flojear tu férreo compromiso con la empresa).
Al final, todos bailarán en su nueva cárcel/app recién pintada, con una sonrisa más tenebrosa que la de la psicópata buenrrollista Smiler (puesto que ellos sonríen de verdad, ignorantes de seguir viviendo confinados en una cárcel), como esos trabajadores modernos de Google que tiene sus salones de juego EN EL TRABAJO, su tiempo de ocio DENTRO DEL TRABAJO y sus vidas dedicadas única y exclusivamente AL TRABAJO. No hay nada más triste y más deseable para la empresa que unos trabajadores que sonríen y juegan a la comba con sus cadenas.
Como colofón, quedan las perlitas del mundo real de la película: “[…] quién es el guapo que tiene tiempo para escuchar palabras de verdad. […]”. O: “son más pesados que un vídeo de Youtube de 15 minutos” (fomentando el déficit de atención prolongada con un par). O ese tristísimo “He de contestar al mensaje de Addie, ¿qué le escribo? Nada. ¿Nada? Las palabras no molan. Vale. Algo que mole, algo que mole [se pone a buscar emojis]”. A propósito de este diálogo, fui tan iluso como para esperar que tras el calco a Inside Out del momento papelera de Hi-5, en la que vemos la carta que Alex escribió a Addie expresando sus sentimientos y que nunca se atrevió a mandar, esa carta se recuperaría y enviaría para demostrarnos que hay sentimientos difícilmente reproducibles a través de un icono. Pero las palabras seguirán sin molar y la carta de Alex se pudrirá en la papelera. Alex conquistará a su chica con un emoticono último modelo, y los guionistas todavía tendrán la desfachatez de poner en boca de Addie: “Me gusta que seas un chico que sabe expresar sus sentimientos”. Con un emoticono de mierda.
En ese mundo tampoco habrá beso ni relación convencional. Bailarán juntos emulando a los esquizofrénicos emojis al son de las convenciones sociales, mientras se hacen millones de selfies.
Ahora cojamos la lupa. La película nos presenta, claramente, un UNIVERSO EMPRESARIAL, donde los iconos trabajan al son de su caprichosa directiva (Alex). Por tanto, el problema no es que Gene no encaje en el mundo, sino que no encaja EN LA EMPRESA. ¿Cuál es la solución? La solución, por supuesto, no es revolucionar ese mundo de esclavitud regulada, sino convertirse en el TRABAJADOR TOTAL, ese joven proactivo capaz de adoptar cualquier rol que la directiva (Alex) le requiera (ojo: Gene consigue ser él mismo cuando adopta un estado de sentimientos multipolares esquizofrénicos –tiene dentro más multitudes que el puto Walt Whitman–). Gene se vuelve un trabajador dinámico y flexible, totalmente adaptado a cualquier circunstancia, sin ataduras (Lady Hacker y él acaban siendo una especie de follamigos; esto, por supuesto, no se explicita en la película, pero está, y si no se desarrolla una historia de amor tradicional no es porque Lady Hacker sea un icono feminista independiente –no olvidemos que con su triste “¿De qué sirve salvarse uno mismo si no hay nadie más?” se despide de la nube (el único lugar donde teóricamente se podía ser quien uno quisiera –y digo teóricamente porque al final esa nube se nos presentaba como una gran urbe New York style, en la que poca libertad se intuía–) dejando atrás todos sus sueños en pos del redil empresarial sin rechistar, consiguiendo, eso sí, no convertirse en una princesa o en una novia, sino en una… follamiga–, sino porque en la nueva empresa no hay sitio para ataduras personales fuertes que puedan hacer flojear tu férreo compromiso con la empresa).
Al final, todos bailarán en su nueva cárcel/app recién pintada, con una sonrisa más tenebrosa que la de la psicópata buenrrollista Smiler (puesto que ellos sonríen de verdad, ignorantes de seguir viviendo confinados en una cárcel), como esos trabajadores modernos de Google que tiene sus salones de juego EN EL TRABAJO, su tiempo de ocio DENTRO DEL TRABAJO y sus vidas dedicadas única y exclusivamente AL TRABAJO. No hay nada más triste y más deseable para la empresa que unos trabajadores que sonríen y juegan a la comba con sus cadenas.
Como colofón, quedan las perlitas del mundo real de la película: “[…] quién es el guapo que tiene tiempo para escuchar palabras de verdad. […]”. O: “son más pesados que un vídeo de Youtube de 15 minutos” (fomentando el déficit de atención prolongada con un par). O ese tristísimo “He de contestar al mensaje de Addie, ¿qué le escribo? Nada. ¿Nada? Las palabras no molan. Vale. Algo que mole, algo que mole [se pone a buscar emojis]”. A propósito de este diálogo, fui tan iluso como para esperar que tras el calco a Inside Out del momento papelera de Hi-5, en la que vemos la carta que Alex escribió a Addie expresando sus sentimientos y que nunca se atrevió a mandar, esa carta se recuperaría y enviaría para demostrarnos que hay sentimientos difícilmente reproducibles a través de un icono. Pero las palabras seguirán sin molar y la carta de Alex se pudrirá en la papelera. Alex conquistará a su chica con un emoticono último modelo, y los guionistas todavía tendrán la desfachatez de poner en boca de Addie: “Me gusta que seas un chico que sabe expresar sus sentimientos”. Con un emoticono de mierda.
En ese mundo tampoco habrá beso ni relación convencional. Bailarán juntos emulando a los esquizofrénicos emojis al son de las convenciones sociales, mientras se hacen millones de selfies.