Las películas de Alexander Payne son difícilmente catalogables. Quizá por ello nunca lleguen a ser un éxito de público aunque sí de crítica. Casi todas ellas pueden calificarse como comedias dramáticas. Tratan temas demasiado serios como para ser considerados solo comedia y de una forma demasiado cómica para ser sólo drama. Son como la vida misma, una tragicomedia, la mayor parte de las veces, deliciosa.
En esta ocasión, el cineasta nos cuenta el viaje (físico y vital) de dos personas a través del país para probar lo mejores caldos que se realizan en las Américas. Esto sirve de marco para contarnos las relaciones humanas, las rivalidades, las rencillas, los amores, las pasiones, los desencuentros que se esconden en cada vínculo de amistad. La riqueza de los personajes es excepcional, los matices de cada uno de ellos los hace de una textura a la vez tierna y compleja. El reparto está descomunal. Del talento de Paul Giamatti ya habíamos tenido noticias, pero redescubrió para el gran público a Thomas Haden Church y Virginia Madsen que están estupendos.
Una película realmente recomendable, mucho más compleja y entretenida que lo que nos hace ver su aparente sencillez.