Ya tenemos en nuestro país la octava película de Quentin Tarantino. Un western nevado visualmente excelente y que nos deja las clásicas marcas del cineasta norteamericano, aunque quizás menos atrevimiento que en títulos anteriores.

Presentada con un impresionante formato en 70mm gracias a la Ultra Panavision que ofrece una experiencia panorámica brutal, Tarantino realiza visualmente su mejor filme. Prodigiosamente evocador en todas las secuencias exteriores, que explotan el gran formato al máximo y el juego de ópticas; formando geniales cuadros gracias a la profundidad de campo.

En una diligencia (elemento mítico del western) se terminarán encontrando cuatro de los ocho personajes que terminarán encerrados en una posada ante la brutal tormenta que está asolando el lugar. En ese encierro se mostrarán todas las diferencias ideológicas, las sospechas sobre identidades y las diferentes mentiras entre ellos. En ese conjunto parece intuírse por parte de Tarantino una despiadada crítica a la nación americana, a la forma en la que se construyó; con todos enfrentados por causas absurdas.

Tras esta primera parte, Tarantino aporta un giro al contarnos que alguien ha puesto veneno en el café siendo sólo Daisy (Jennifer Jason Leigh, entregadísima) la testigo que sabe quien ha sido. A partir de aquí comienza un filme prácticamente de suspense clásico, en el que se entrelazarán inesperadas uniones y en el que se buscará al causante de esto y quienes son cómplices de Daisy para su liberación.

Tarantino juega como siempre con el tiempo narrativo y nos revela la solución a los cabos sueltos, presentándonos ese mismo espacio unas horas antes de la llegada de la diligencia de los cuatro personajes presentados en el inicio. Momento de gran prodigio y que demuestra la brillante mente como narrador del director de Knoxville.

Tarantino nos brindará en su parte final la imprescindible carniceria, introduciendo personajes a última hora y subvirtiendo los códigos clásicos del género. Dilatando las secuencias como los maestros Sergio Leone y Sam Peckinpah hacían en sus obas; un retorno al clásico que la música original de Morricone subraya y le hace rozar la excelencia como obra fímica.

Lo que hace que Los Odiosos Ocho no sea el mejor filme de la carrera de Tarantino es que se queda bastante anclado en sus marcas, dotando detalles y referencias que un fan de su filmografía reconocerá. Y el nivel de mordiente de los diálogos, aunque potente como siempre, no parece quedarse en nuestro oído y retina como otros libretos del de Knoxville y a veces son excesivamente ruidosos.

Los Odiosos Ocho nos deja el filme más bello de Tarantino visualmente, inspirado en sus maestros; además de otro dominio de la narración prodigioso más allá de no aportar algo más que se salga de las marcas habituales.

El Crítico Inquilino (elcriticoinquilino.wordpress.com)