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España España · Shangri-la. Andalucía
Voto de Maggie Smee:
3
Thriller. Drama Steven es un eminente cirujano casado con Anna, una respetada oftalmóloga. Viven felices junto a sus dos hijos, Kim y Bob. Cuando Steven entabla amistad con Martin, un chico de dieciséis años huérfano de padre, a quien decide proteger, los acontecimientos dan un giro siniestro. Steven tendrá que escoger entre cometer un impactante sacrificio o arriesgarse a perderlo todo. (FILMAFFINITY)
2 de diciembre de 2017
186 de 307 usuarios han encontrado esta crítica útil
No estoy de acuerdo con eso de que “el cine de antes era mejor”, o al menos no he defendido esa actitud porque no creía en ello. Y digo creía, porque llevamos una larga temporada, además de extrema sequía en la que no llueve, de películas que no son realmente buenas, empezando a sentir añoranza del cine de autor que se hacía en el pasado milenio. Había una enorme cosecha tanto de autores como de films que engrandecían el circuito independiente (incluso el cine comercial estaba más trabajado y era más respetable), pero la racha mencionada se me hace eterna y cuesta arriba, con resultados fallidos y con directores que pecan de ostentosos, sin una personalidad creativa como distintivo y más ocupados en su destreza técnica que en lo que nos están contando. Hay, desde películas irritantes y pésimas, a insulsos productos que nos venden, a través de premios en festivales, que en teoría que mantenían cierto rigor, pero que cada vez se están vendiendo, o prostituyendo más, cediendo a las presiones de las grandes productoras y de los tejemanejes de la industria, cada vez más sometidas a productores sin motivaciones artísticas, y con una prensa que cada vez más dan la impresión de estar comprados o de estar elegidos por su mala formación o mal gusto, de carecer de criterio y tener que vendernos obligadamente a los espectadores mediocridades, que años atrás, no hubieran conseguido comentarios tan positivos.

Y este discurso no es más que un reflejo de mi frustración, de mi necesidad de encontrar en la actualidad lo que es una película destacable, con peso y que me sacie, que alimente mi alma, y de no conformarme con un plato de cuarta, que para colmo, han tenido la desfachatez de premiar en Cannes al mejor guión, que es precisamente lo peor que tiene el presente caso, “El sacrificio de un ciervo sagrado”, que hasta su título al principio puede sonar bien, pero que tras visionarla, nos revela tardíamente que es pretenciosa hasta en eso. Pretenciosa y fullera a más no poder, y aunque no sea de esas que haya llegado a irritarme sí me ha aburrido como una ostra, porque lo que le sobra son ínfulas. Dan ganas de ponerse como hace caprichosamente Carlos Boyero, no argumentar nada y afirmar: “torpe, no me ha llegado, no me creo nada y me puse a pensar en mis cosas. No vale la pena”.

Pero no. No vamos a caer en lo que criticamos, aunque mis razones se podrían resumir sin marear al posible lector o lectora. De entrada pienso que Yorgos Lanthimos es un timo, y no hago un chiste fácil con el apellido del susodicho. Desconozco sus primeros pasos, pero su encumbrada y para muchos turbadora “Canino” es casi un plagio, porque se inspira demasiado en “El castillo de la pureza” de Ripstein, rodada varias décadas antes. “Langosta” era algo inferior, y en definitiva era un acierto parcial, con más defectos que virtudes, pero “El sacrificio de un ciervo sagrado” me parece insalvable, la más floja de las mencionadas, un monumento “snob” que no llega a tener categoría para ser un film "gafapasta", del que podría ser acusado por sus posibles detractores, porque carece de la profundidad necesaria para ello.

Filmada con inspiración (lejana) de Kubrick pero evidentemente sin su sabiduría, con un halo a Von Trier pero que queda en esbozo, con, además, intención truncada de remozar, a través de su minimalismo y violencia soterrada, la visión de Haneke, nos cuentan una historia inverosímil y caprichosa que carece de cualquier dramaturgia. Sus personajes van y vienen, padecen y suspiran gracias a la buena labor de los actores, que están absolutamente vendidos a las indicaciones de su director. Quizás del reparto el que pone más empeño, o al menos lo parece, es Colin Farell. Nicole Kidman, aunque se deja llevar en manos del director, sus reformas faciales la han dejado más inexpresiva. Para el ambiente del film va bien, pero si se pretendía que ella encarnara un personaje tan cartesiano y milimetrado, no le beneficia el apoyar los codos en la mesa o hablar, como en el evento del principio del film, de pie con las piernas casi abiertas como una niñata en la puerta de un pub. Se le han exigido resultados pero no la han dirigido con intenciones. Los demás están correctos y Barry Keoghan, también afectado de cierta frialdad, hace lo que puede, lo cual ya es mucho, con un personaje tan mal desarrollado como el suyo.

La película tiene muchos flecos sueltos, cosa que ocurre con demasiada frecuencia en la actualidad con este tipo de films “introspectivos”. Y no es que me queje de que no nos lo den todo mascado, a mí no me hace falta ese tipo de cine, pero una cosa es eso y otra bien distinta es que se nos escamoteen datos fundamentales para tapar un mal trabajo de mesa, en un guión donde la cosas ocurren porque sí y, cuando viene bien, hacemos elipsis o tapamos agujeros centrándonos en otros personajes.

No veo que se trate de ningún thriller psicológico, ya me hubiera gustado que hubiera sido así. Su “tour de force” es inexistente porque todo es impostado. Y aunque haya cosas en ella que han estado bien, como su fotografía, sus efectos de sonido o maquillaje, hay otras que nos han repateado, como su selección musical, que intenta potenciar un clima inexistente en la película y que nos acaba hastiando como espectadores.

Así que me temo, que ante tanta campana al vuelo y tanto aplaudirle, flaco favor de enmendar la plana le hacen a Lanthimos, el cual corre el riesgo de no aprender y perderse en su propio laberinto, un espacio absurdo y naif más parecido a una moda, como puede por ejemplo ser la corriente “hipster”, que una característica de un autor, como pudiera ser un Buñuel o un Bergman y de los cuales se encuentra a cien mil años luz.
Maggie Smee
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