En el 2012 Seth MacFarlene nos dio una notable sorpresa en su salto a la pantalla grande, por lo que la secuela de la misma no ha tardado en llegar.
Esta segunda parte de los “compitruenos” es un gran globo de aire que se desinfla demasiado pronto. La idea de arranque resulta divertida, pero la película se convierte al cabo de media hora en una aburrida comedia de verano.
Aquellos espectadores que busquen momentos irreverentes los tendrán, pero para encontrarlos habrá que aguantar minutos y minutos bastante accesorios. La cinta hasta se embarca en el género judicial, muy del gusto del público norteamericano.
Los mejores atributos de la original no solamente se centraban en las escenas salidas de tono, sino también en una especie de homenaje al lado fan que muchos de los amantes del cine llevamos dentro.
Mientras en la primera el asunto sobre Flash Gordon funcionaba asombrosamente, en esta secuela incluso el escenario de la Comic Con se convierte de lo más aburrido del conjunto.
MacFarlene pierde fuelle y no sabe mantener una cinta de casi dos horas de duración. Se nos presenta torpe y poco funcional. Probablemente como capítulo de 20 minutos hubiera funcionado de maravilla, pero se le ven claramente las costuras. Es un producto hinchado por el estándar cinematográfico.
Si me tengo que quedar en un término medio, compraría las secuencias más divertidas de ambas partes, y ese sentido del entretenimiento que tenía su poco valorada “Mil maneras de morder el polvo”.
Aún así, nos brinda un espectacular número musical en cuanto sube el telón. Lástima que el resto del programa no esté a la altura.