El hecho de que a alguien se le ocurra escribir una película centrada en el horror del Holocausto nazi y darle tintes cómicos sin caer en ningún momento en la irreverencia ni la falta de respeto es algo al alcance sólo de una mente privilegiada. Y si además de ser el guionista, eres el director y te asignas a ti mismo el papel de actor principal de semejante atrevimiento, solamente se te puede calificar con dos adjetivos: Loco y Genio.

Y en verdad, cuando te sumerges en esta obra de arte, no sabes muy bien en qué momentos estás viendo al Benigni loco de remate y en cuáles estás delante del genio desatado. Pocas veces en una sola película se pueden tocar tantas fibras diferentes en el espectador, porque "La vida es bella" no sólo es capaz de horrorizarte con lo que te enseña y con lo que no te enseña, sino que puede despertarte el gusanillo del enamoramiento y del cortejo que rodea a dicho enamoramiento, te enseña el "otro" amor que se puede sentir hacia un hijo, te puede hacer llorar de risa, de alegría y de pena a partes iguales. Todo lo agita, lo mezcla y te lo sirve en forma de fantasía desmedida aliñada con una buena dosis de cruda realidad. Como en una montaña rusa, te eleva a un mundo fantástico y te baja a los más asquerosos infiernos para volverte a elevar por arte de magia y hacerte regresar otra vez a la cara más oscura de la barbarie humana.

No hay parte prescindible, no hay escena que sobre ni metraje que no valga la pena. A todo se le puede sacar y de hecho se le saca jugo. Todo lo que cuenta lo cuenta por algo y para algo y en ningún momento se hace larga ni pesada, manteniéndose a un nivel altísimo desde inicio a final.

Sencillamente, una genialidad.
No dudaría en situarla en un listado de las 100 mejores películas de todos los tiempos, y muy probablemente abriría un poco la mano para que cayera entre las 10 mejores.