“Mi película más emblemática está a punto de ser versionada por el mismo tipo que dirigió 'Superfumados', y preferiría no estar cerca cuando eso suceda. Pero si existe otro mundo más allá del nuestro, y puedo regresar, planeo poseer a David Gordon Green y hacer de su vida un infierno”.
No me gusta empezar una crítica ni desarrollarla a instancias de palabras vertidas por otro, pero tal vez estas palabras de William Friedkin sí sean apropiadas para hacernos una idea de la implicación que tuvo, como John Carpenter con el reboot por triplicado de Michael Myers, en la énesima secuela de 'El Exorcista' bajo ese siempre erróneo y arrogante (aunque no siempre fallido) mantra de las secuelas que se creen tan por encima de las demás como para ignorarlas erigiéndose en la "secuela directa".
La intención no es mala... ni nueva. Lo de copiarle planos, situaciones, frases y perfiles psicológicos a los Willies -Friedkin y Peter Blatty- ya se había intentado antes, sólo que sin tantas molestias ocasionadas por algún apósito actualizador y diversificando, ecualizando la puntería demonizadora de un diablillo al que se le despertó la conciencia inclusiva -bien por eso- pero no la facilidad para asustar inventando nuevas estampas de incomodidad.
Ellen Burstyn toma lo suyo -que le financiasen un programa de becas para el Actor's Studio- y cumple (me la he creído más que a José Sacristán en '13 Exorcismos').
Otra explotación más del cine de exorcismos que no está ni demasiado por encima de las de John Boorman, Renny Harlin ni sentada a la derecha del padre Friedkin, del padrino Peter Blatty (o viceversa) o del tío enrollado (y cebolleta) Schrader.
Danny McBride vuelve a participar en el tinglado, y quiero creer que suya es la línea de diálogo más estúpida de la saga puesta en boca de Ellen Burstyn: "yo no pude participar en aquel exorcismo porque no pertenecía a su club patriarcal"
Este es el nivel.