Tal y como llegó se marchó. Paul Naschy firmaba su despedida detrás y delante de las cámaras rodeado de leyendas y monstruos de las mitologías en una escabechina de gore, despedazamientos y aroma a serie Z fantaterrorífica: marcas en las piel y maldiciones proféticas, leyendas y folklore popular, la luna llena, vampiras... lo dicho, un retorno a los orígenes en los 60 's y 70's.
Como en 'Rojo sangre' (2004, Chrstian Molina), a Naschy le tienta el discurso autorreferencial y crepuscular de un ex actor jubilado, sólo que prescindiendo de la ambiguedad que lo transformaba en villano en aquella.
A Carlos Aured ('El retorno de Walpurgis' lo apartó del proyecto su salud -falleció poco después de abandonar el rodaje- tanto o más que toda desaveniencia creativa. Y Paul Naschy tampoco llegó a ver estrenado (o terminado siquiera en postproducción) su testamento fílmico reespaldado por un sidekick -terrenal o a lo Griffin Dune en 'Hombre americano en Londres' (1981, John Landis)-, el incansable Antonio Mayans, y pasándose por ahí Saturnino García a soltar incongruencias, en un tiovivo zetoso pero hemoglobínico repleto de concubinas chupasangre que se convierten en gaviotas, y en el que ni la coherencia ni (por descontado) el aburrimiento, ni nada que sea remotamente parecido a la previsibilidad, están ni se les aguarda.
Puro Naschy. Puro escapismo fantaterrorífico. Lo que viene siendo despedirse -no des por muerto jamás a quien sigue vivo en su legado- con las botas puestas, una ballesta con estacas (¡comprada en internet!), un miniespejo antivampiras, dagas de sión y un violín antivampiras.
Y qué hostias, os voy a deleitar, queráis o no, con mi diálogo favorito:
" - ¿Fumas? - No, gracias. Soy muy respetuoso con las normas del gobierno. - Yo las normas del gobierno me las paso por la entrepierna".
Una gozada impepinable.