Mentiría si afirmo que soy el mayor seguidor de las series de televisión -alguna de ellas figura entre las más vistas de Netflix- en que ha participado Miguel Ángel Vivas ('La Casa de Papel', 'Apaches', 'Mar de plastico', 'Vivir sin permiso'), pero sí me siento orgulloso de confesar que no me he perdido ni una de las películas -salvo 'Reflejos', mi asignatura pendiente- que, desde hace más de 15 años, lleva estrenando en las salas: 'Secuestrados', 'Extinction' o 'Inside'. Las mismas que le han convertido en una de las opciones más sólidas, dentro del cine español, a la hora de mostrar una innegable vocación comercial enfocada al puro entretenimiento y, con astuta pericia, colar en ellas un espíritu callejero, crudo y violento que aquí brilla más que en ninguno de sus trabajos posteriores a 'Secuestrados' -la auténtica, no aquel plagio perpetrado por Joel Schumacher con Nicolas Cage y Nicole Kidman-. No abundan casos recientes en los que un realizador haya alcanzado cotas tan extremas de claustrofobia y angustia en espacios minúsculos como el retrete de un antro mugriento, los asientos delanteros de un coche o -y aquí sí merece una ovación, tras la espantosa 'Cuando los ángeles duermen'- Ester Expósito atacadísima de los nervios en una cabina de ascensor.
José Coronado se calza las botas de padre coraje, al acecho de los que han asestado una brutal paliza a su hijo, y camina con encarnada mesura, como un ángel caído en busca de venganza, bajo el son de las trompetas -literalmente- que preceden a la tormenta, en una procesión de dolor que le llevará, con un guión que prepara el terreno para la revancha, a un ojo por ojo que se volverá en su contra.