Simple, directo y al grano. O a la mandibula, más bien. Hace años que todas las películas de Steven Seagal estrenadas directamente en vídeo y plataformas digitales son lo que son, tanto como lo eran durante sus años bajo el cobijo de Warner Bros. Steven interpreta, por enésima ocasión, a un ex algo -policía, detective, agente federal, etc-, como él mismo se molesta en matizar mediante voz en off al comienzo, inseparable de sus gafas de sol anaranjadas y un chaquetón que sirve tanto para ocultar su oronda figura como de funda para proteger de la lluvia a tu antiguo Seat Ibiza.
Steven salva nuevamente a una chica pechugona cuyo volumen mamario es inversamente proporcional a su capacidad de pensar, y accidentalmente mata a un gángster con tantas líneas de diálogo como posibilidades de hacerle un sólo rasguño a Steve. Eso podría extenderse al resto de enemigos que van cayendo, como si fueran polillas, bajo las zarpas de este gordo con coleta que en realidad no tiene coleta, sino una mata extraña de pelo apretujado y teñido sobre la nuca. Más chicos malos acuden al acecho de Steve en busca de jaleo, y bueno, el resto ya os lo sabéis. ¿Y por qué no me importa que todo sea siempre igual, una y otra vez? Porque a Steven tampoco le importa cargarse a los malos con el mismo bailecito de manos, sin apenas levantar la piernas ni utilizar los músculos faciales (si es que los tiene) y, si le da la gana -y la actriz está buena-, apuntarse una escena de cama con la protagonista femenina. Este fan te felicita por llevar más de 30 años repitiéndote con tanto ahínco, empeño y pasión. ¡¡Esa es la actitud, cabronazo!!