Bajo el aspecto de un film fantasioso, bien dirigido y cuyo único objetivo, que no sería poco, es el de entretenernos, se camufla una de las mejores películas que se han rodado.
En efecto, como esos artistas tocados por los dioses, que tanto gustan a una criada sin pulir como a un intelectual enfrascado en la lectura de Joyce o Proust, porque cada uno hace su lectura y todas son maravillosas, así es este prodigio.
Si uno se quiere quedar en la historia de una mujer y un fantasma condenados a amarse sin consumar su deseo, le parecerá una película magnífica, pero si otro se adentra en profundidades psicológicas y ve otra historia bien distinta y mucho más conmovedora (que no vamos a desvelar aquí), tendrá ocasión de saborear uno de los films más hermosos que puedan verse.
Déjense hechizar por la actriz más bella imaginable (Gene Tierney), gocen con la más sublime interpretación de ese monstruo de la escena llamado Rex Harrison (¡Versión Original obligatoria!), adoren a una niñita llamada Natalie Wood, odien al personaje que crea magistralmente George Sanders y fascínense con el despliegue de recursos narrativos que pone sobre la mesa el gran Mankiewicz.
Es, en definitiva, una absoluta joya que, como ocurre a menudo con las mejores, se presenta bajo un envoltorio de bisutería.