Mentiría si dijera que me lo pasé bien en algún momento de esta ida mental de Nicolas Roeg. Para colmo, su excesiva duración no hizo más que prolongar mi sufrimiento. La aguanté entera, no sé ni cómo, y sólo me vi interesado en cierta parte de la película, más o menos a la hora y cuarto de producción, cuando la cosa se puso más fácil de ver. Fue poco lo que duró, ya que no se tardaría en volver a la misma dinámica que en el resto de la película.

Una dinámica de sin sentidos que no tiene mayor aliciente. De esas películas raras porque quieren ser raras, no porque realmente sean raras. Una extravagancia británica que ni siquiera respira buen gusto. Aburrida y sin brillo.

Puede que alguien la vea interesante, pero estoy seguro de que la mayoría de aquellos que la disfrutaron sobremanera lo hacen para no reconocer que no se enteraron de casi nada, porque decir de uno mismo que no se ha enterado de algo a estas alturas es demasiado poco gafapasta. Yo no me he enterado, pero es que no quiero hacerlo visto lo visto.