Película tan surrealista como entrañable, una representación simbólica de Stephen Chow, sin duda un director y actor poco corriente, nombrado rey de la comedia por los medios de entretenimiento de Hong Kong, y artífice de un humor característico de Hong Kong (mo lei tau), que incluye juegos de palabras, doble sentido y bromas a expensas de los aspectos singulares de la cultura china.

La historia envuelta en un halo de magia y fantasía en todo momento, nos plantea la relación de un padre viudo (Stepehen Chow) y su joven hijo (Min Hun Fung), todo ello con un trasfondo de pobreza y discriminación. El padre trata de inculcar en su hijo el valor del conocimiento y la honradez, ayudándole a dejar de lado el materialismo que impera en nuestras sociedades ya desde la infancia (pues no son los niños más que un reflejo de los adultos que les rodean).

He de destacar la convincente actuación del chaval Mi Hun Fung, pues ha conseguido transmitirme con verosimilitud las emociones que interpreta, y consigue que me identifique con el niño que una vez fui.

En conclusión, este film ha conseguido arrancarme muchas risas y una pequeña e intensa lagrimita, Stephen Chow nos ilustra y demuestra que siempre se puede reinventar la forma de hacer cine y contar historias.