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Voto de Cinemagavia:
7
Comedia Aunque esté en el paro con frecuencia, Etienne (Kad Meran) es un entrañable actor que dirige un taller de teatro en un centro penitenciario. Allí reúne a un grupo insólito de internos para representar la famosa obra de Samuel Beckett 'Esperando a Godot'. Cuando consigue la autorización para realizar una gira fuera de la cárcel con su pintoresca troupe de actores, a Etienne se le presenta finalmente la ocasión de prosperar. (FILMAFFINITY)  [+]
19 de febrero de 2022
11 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
*El absurdo, según Camus

El filósofo existencialista Albert Camus, también francés, dedicó su vida y obra a diseccionar metódicamente el concepto del absurdo. Él lo definía como la sensación de frustración, impotencia y desamparo que nos provoca el divorcio entre nuestra mente razonable y causal, y el universo carente de motivo, planteamiento y destino. Nuestra particular forma de entender la realidad, no la transforma ni la dirige. Ésta se rige por una única norma: la nada.

Camus ilustra el sentir absurdo a través del mito de Sísifo. Según la mitología griega, Sísifo era el rey de la actual Corinto, un mortal, que con su gran astucia fue capaz de burlar a la muerte dos veces. El castigo que recibió por sus engaños fue el de subir cada día a cuestas una gran roca por la ladera de una montaña. Cuando lo conseguía, la roca caía por su propio peso y había de volver a subirla, y volvía a caer, y la volvía a subir. Así eternamente.

Para Camus, este es el peor castigo imaginable que puede sufrir un hombre inteligente. Ser consciente de que lo que hace todos los días, horas y minutos de su vida, es una actividad vacía, inútil y carente de todo significado. Despertarse-desayunar-metro-trabajo-comer-trabajo-metro-casa-dormir-despertarse. ¿Dónde está el fin? –y valgan para esta pregunta todas las acepciones de fin.

(Por supuesto, esto es un micro-extracto sintetizado y liofilizado de una parte concreta de la filosofía de Camus, pero esto es un artículo sobre cine)

*La frustración es clarividencia

“El hombre absurdo”, sin embargo, no es alguien a la larga triste y amargado. Al contrario de lo que pueda parecer, Camus es un vitalista. Entiende que la nada no implica finalmente la tragedia, sino el ser dichosos, gracias a ser conscientes de la misma. En el momento en que Sísifo se hace consciente de su absurdo destino, vacuo, fútil, frustrante, también comprende que todos los destinos de todos los hombres son vacuos y fútiles, y que, en un mundo sin reglas, ni amo, ni plan, no podemos decir tal cosa como que tenemos mala suerte. Sísifo comienza entonces a disfrutar del tranquilo silencio de su montaña, el suave verdor de la hierba en el suelo, mecida por la brisa vespertina cuando el sol se esconde tras los contornos de su roca. Sísifo es feliz.

En la entrevista que hicimos a Emmanuel Courcol a tenor de El triunfo, confesó que se hizo guionista por sus frustraciones como actor, y que se hizo director por sus frustraciones como guionista. El siguiente paso lógico sería hacerse productor… Parece lícito, quizá definitorio del hacer humano, el entender la frustración como propulsor de la creatividad. La misma frustración que lleva al protagonista de la cinta (Kad Merad) a dejar a un lado su carrera de actor, para emprender la absurda aventura de representar a Beckett en una prisión.

*El absurdo, según Beckett

La sociedad europea post Segunda Guerra Mundial estuvo empapada de absurdo. Camus y el existencialismo filosófico lo teorizó, pero el sentimiento de absurdo devoraba cada palmo de tierra calcinada, cada calleja y cada cloaca. Los preceptos clásicos, las ideas establecidas, las creencias tradicionales, habían desembocado en la mayor catástrofe imaginable. Habían perdido el asidero al que agarrarse, eran extranjeros en su propia tierra.

Los artistas necesitaban alejarse todo lo posible de esas bases arcaicas, habían de ser extirpadas sin anestesia. El arte ya no era trascendente, y sus principios habían sido cuestionados. Deconstruyeron sus disciplinas, las viviseccionaron, las redujeron hasta el átomo y trataron de comprenderlas a niveles de pensamiento muy complejos. La pintura, con movimientos como el expresionismo abstracto de Pollock, que ya no se basaba en una vanguardia idealista y revolucionaria como en el surrealismo, sino en una exploración de la anomia; la música, con reacciones como la música concreta, el serialismo o la música aleatoria; o la literatura, con el teatro del absurdo de Ionesco, Fernando Arrabal en España, y, por encima de todos, Samuel Beckett.

Los dramaturgos del absurdo (que no son Miguel Mihura, Monty Python ni Muchachada Nui) se rebelan contra el realismo y las estructuras clásicas, se dinamitan los actos, se pulverizan las intrigas. Incluso, atacan al mismísimo corazón y esencia del teatro: la acción. Esta pierde su sentido. Las representaciones son anti-obras, donde la propia escritura no está divorciada del contenido, formando el qué y el cómo un todo en sí mismo. Los personajes ya no poseen una definición clara, ni psicológica ni funcionalmente.

*La gran broma

Emmanuel Courcol en su El triunfo nos habla, desde el principio de la cinta, del mensaje contrario. Nos habla del arte como una opción moral salvífica, vehículo para la trascendencia.

Los presos empiezan yendo a clases de teatro como pasatiempo, como tentempié espiritual hasta que se acabe su condena, como tentemozo de su integridad. Les va gustando, van perdiendo la vergüenza, se van imbuyendo de la dignidad del drama. Disfrutan de salir de prisión para representar su obra, como liberación pasajera. Pero pronto comprenderán que no existe mayor libertad que la de un artista en el ejercicio de su arte. Pueden fugarse en esas excursiones, pero deciden no hacerlo, pues la fuga espiritual sobre las tablas supera con mucho a la libertad física de poder salir a la calle. Los celadores les quitan los regalos de sus fans, y les acaba dando igual. Han entendido lo que es ser actor. Y entonces…

La escena final de El triunfo es el remate del gran chiste, la culminación de la gran broma de la vida. Emmanuel Courcol niega de golpe su propia premisa, dejándonos con una extraña sensación de engaño, de irracionalidad, de absurdo. La misma sensación de la que hablaba Camus. Quienes la hayan visto, lo entenderán. Con razón, Beckett al conocer el final de la historia real en que se basa la película, dijo algo así como: “Era lo mejor que le podía pasar a mi obra”.
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Escrito por Carlos Acosta
Cinemagavia
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