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Voto de Cinemagavia:
7
Ciencia ficción. Drama Londres, 2040. Izi y Benji viven en un Londres futuro distópico en el que se han eliminado todas las viviendas sociales. Ambos luchan por navegar por el mundo como residentes de la Cocina, una comunidad que se niega a abandonar su hogar.
18 de enero de 2024
33 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
*Un Londres deprimente

La cocina tiene, de inicio, una virtud narrativa. Aunque se trata de una distopía en un futuro no muy lejano, la historia se va contando a sí misma. Sin el concurso de unos créditos iniciales que nos pongan en situación de los cambios sociales o tecnológicos que se hayan producido. Todo ello lo deducimos en base a las acciones que vamos viendo. Aparte de ser un voto de confianza a la inteligencia del espectador, lo que podemos sacar en conclusión es que La cocina no se desarrolla en un futuro muy avanzado. Sino más bien en un futuro tan emparentado con el nuestro que solo hace falta una exacerbación de algunos males actuales para imaginarnos sin problemas lo que la película nos propone.

En Londres vemos que hay una gran masa de gente pobre hacinada en algunos lugares concretos de la ciudad. Uno de esos lugares es La cocina, un edificio grande y destartalado y sus aledaños, que sirven de lúgubre vivienda a una multitud de desposeídos. Allí vive Izi (Kane Robinson). Un inquilino de La cocina que trabaja en una funeraria de lo más particular Es precisamente en su trabajo donde conoce a Benji (Jedaiah Bannerman), un adolescente que acaba de perder a su madre, a la que Izi parecía conocer. Ambos empiezan a tejer una amistad que tendrá que sobrevivir a muchas dificultades.

Parece que vemos una brecha de clase enorme entre desposeídos y ricos, la desaparición de cualquier protección social y una guetización que enclaustra a las clases bajas en la pura cochambre. Ni siquiera La cocina está exenta de poder desparecer; las incursiones de la policía acaban arrastrando a mucha gente. Se intuye un problema de vivienda, por un alza exponencial de precios, gentrificación, etc.

*Lo social y lo individual

La cocina emplea dos perspectivas. Evidentemente la película tiene un componente social que mira con pesimismo y ojo crítico la desaparición de la protección social y la pobreza galopante. De otro lado, la perspectiva individual se fija en la relación entre Izi y Benji, que bascula entre lo fraternal y lo paternal. Cada vez haciendo más hincapié en esto último. Una comparación con El ladrón de bicicletas (1948) quizá esté fuera de razón, pero comparte una visión que aglutina lo afectivo y lo social. A ratos también parece querer parecerse a Una historia del Bronx (1993) por aquello de la figura paterna tratando de alejar a un ser querido del camino de la violencia y el crimen.

Otra idea que ronda es la de la defensa del sentido comunitario, la fuerza de la solidaridad. Si bien La cocina no es un lugar exento de conflictos, hay un espíritu de comunidad, de apoyo mutuo, de defensa compartida ante los estragos de una vida miserable. Incluso los que parecen más proclives al lado oscuro, o a delinquir, no son condenados totalmente por la visión de los directores. Añadamos un compromiso más cercano, y ahí es donde nos encontramos de nuevo a Izi y a Benji. El adulto tiene algo de esquivo, de lobo solitario que será puesto a prueba por un afecto real, tangible y cercano.

Quizá la tesis de la película sea ésa. La vida como acto de compromiso. La narración propiamente dicha es lenta, de ritmo a menudo reptante, sosegado. No es ningún problema grave para lo que la película pretende, pero la pega es que a veces la historia se ensimisma, se estanca primando lo descriptivo sin que la acción progrese demasiado. De hecho, si la película fuese algo más larga, es posible que nos pareciera redundante en exceso.

*La factura técnica de La cocina

La cocina tiene un acertado y resultón diseño de producción, sobre todo en la puesta de manifiesto de la depauperación del ámbito del propio lugar de La cocina. De este modo, el aspecto es sucio, desportillado, con una presencia de abandono y podredumbre notables. Como el neorrealismo de un futuro que todavía no está aquí. Los alrededores del edificio son como una gran chamarilería, como un confuso bazar siempre con personas hormigueando alrededor. El resto son esencialmente calles vacías de Londres, con algún que otro añadido digital que no altera sustancialmente el naturalismo de la puesta en escena.

Es decir, no estamos ante una distopía en la que los coches vuelen, o la gente se teletransporte. Tecnológicamente vemos algún aparato original, pero el fuerte de la película no está en el futurismo, sino más bien en una variante socialmente siniestra de nuestro presente.

La dirección de Kaluuya y Tavares es más o menos funcional, adecuada al ritmo cadencioso de la película, lo que viene a significar que hay un esmero en crear una atmósfera decadente que proponga y refuerce algunas de las tesis de la película. No podemos decir que sea un mal debut en la dirección, ni mucho, al menos en este aspecto. En lo que es meramente narrativo hay momentos de impasse, de ritmo demasiado hipotenso que afortunadamente no llegan a aletargar el conjunto. Sí es justo decir que las escenas de "acción" (las redadas policiales) tienen el suficiente dramatismo y potencia como para compensar, en parte, esto parones.

*El elenco

Dentro del reparto de La cocina, no hay cabida para nombres de relumbrón. De hecho, muchos actores o actrices no tienen mucho recorrido en el cine, y son conocidos más por la música. El mayor ejemplo lo tenemos en el protagonista. Kane Robinson (más conocido como Kano) es un rapero británico de cierta importancia, que incluso ha colaborado con grupos como Gorillaz. Más o menos se puede decir lo mismo de Hope Ikpoku Jnr en el papel del pandillero Staples, y muy particularmente de Jedaiah Bannerman, en lo que es su debut absoluto en el cine.
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Escrito por Mariano González
Cinemagavia
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