Cinco años de trabajo y experimentos dieron como resultado “Cabeza borradora”, un título inclasificable tan desconcertante como su excéntrico creador. Y es que sólo una mente tan retorcida y genial como la de David Lynch sería capaz de alumbrar una obra como ésta.

En el que sin duda es su proyecto más personal y autocomplaciente, Lynch se ve libre de ataduras para imaginar una historia surrealista limítrofe al cuento de terror en el que un hombre debe de cuidar de una criatura recién nacida que se supone que es su hijo.
Un argumento que es una simple excusa para hacernos partícipes de sus más insanas perversidades. Una locura metódica y en ocasiones desagradablemente escatológica que se impregna en todos y cada uno de los minutos de metraje y da rienda suelta a una sucesión inimaginable de elementos perturbadores recreados con la codicia de un niño caprichoso y presentados en un blanco y negro que resalta las formas deformes y juega con las luces y sombras en interiores para crear una atmósfera enfermiza, claustrofóbica, con vida propia.

“Cabeza borradora” no es más que la psique de un cineasta sin igual plasmada en imágenes y por tanto la adorarán aquellos que toleren –e incluso celebren- los excesos de su creador; los demás, como yo, aguantarán lo indigesto de su resultado para poder contemplar con curiosidad lógica el nacimiento cinematográfico de uno de los mas prestigiosos y originales realizadores norteamericanos de las últimas tres décadas.