El creador se ve a menudo rodeado de parásitos. Mercaderes de talento que se interpondrán en el camino que toda obra recorre desde su gestación hasta su exposición al público. Y es en el arte cinematográfico donde las bandadas de vampiros campan a sus anchas de una manera más sangrante, dinamitando ideas y proyectos, intercediendo en pro de los beneficios futuros, haciendo y deshaciendo a su antojo lo que otros previamente han visionado en sus cabezas. Por eso, entra dentro de la lógica el que con frecuencia, grandes obras del séptimo arte provengan de cineastas puros que han podido hacer lo que han querido, aportando para ello su propia financiación, ajenos a posibles intermediarios sin ninguna inquietud artística que no sea la de llenarse los bolsillos a costa de otros.

Puede considerarse Coppola en este sentido un afortunado. Siempre en la línea que separa la creación de la dependencia con clásicos incontestables del cine a sus espaldas a la par que con descalabros memorables, entre los que se encuentra la bancarrota de su productora Zoetrope, tras el fracaso que supuso Corazonada, pura poesía estrellada en la incomprensión, después de caerse y levantarse, abandonar el cine, hacerse millonario a base de viñedos y regalarle a su hija Sofía una cámara, por fin ha tomado las riendas de su carrera y va a dedicarse (eso dice) a hacer absolutamente sólo lo que le apetece.

Como no he tenido aún oportunidad de ver Youth Without Youth, mi bautismo con este nuevo Coppola tiene lugar con Tetro, y no me resulta fácil entrar en su propuesta que en contra de lo que yo hubiera apostado no termina de funcionar. Rodada con la mano propia del genio, en un blanco y negro de múltiples matices, insertando trozos de color en ocasiones, Tetro fascina y desquicia a partes iguales. El envoltorio es grande, el contenido vacío, y no pueden ni las estupendas actuaciones del trío protagonista, ni la ampulosa fotografía, ni la dirección tan medida como excesiva, levantar lo que es una mala historia de una familia de ricos con secretos ocultos. Se apunta por ahí la influencia de Almodóvar y debe nombrarse porque es evidente. Pero no es un buen Almodóvar, es un Almodóvar aburrido y sin fuerza y más aún, sin ningún atisbo de sentido del humor.

Lo peor de Tetro es que cansa, y como veremos, aunque por otra parte es fácil intuirlo, ese secreto de familia que revolotea sobre toda la película es pueril y no sorprende, ni asombra, más bien ridiculiza las intenciones de Coppola al mostrarnos un recurso tan manido como gratuito.

Otro defecto que empequeñece a Tetro como obra de autor es el retrato de una Buenos Aires demasiado a la moda. Se recurre por ejemplo a La Colifata o al Café Tortoni para rodar escenas o explicar pasajes del film, iconos argentinos que no casan demasiado bien con la decadencia que rodea a los personajes.