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4
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17.593
Ciencia ficción. Thriller
Viaja con el capitán Daly y su tripulación para explorar la galaxia y los peligros de planetas desconocidos. Episodio de la T4 de Black Mirror. (FILMAFFINITY)
3 de enero de 2018
142 de 196 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de empezar a escribir esta crítica me he dispuesto a leer las opiniones de otros usuarios de FA sobre USS Callister. Tras leer varias, observo atónito que en muchas de ellas califican a este primer episodio de la cuarta temporada de Black Mirror como el mejor de los seis que la forman. Dado que este es el único de ellos que he visto, me hallo en una disyuntiva poco esperanzadora: o las bondades que otros han encontrado aquí yo no las he sabido ver o la calidad de los episodios restantes va a ser incluso peor que la de este.
Antes de empezar con los spoilers, comentaré someramente que, a pesar de que lo que más valoro en esta serie es el argumento de cada una de las historias, las interpretaciones son correctas. Quizá la única que destaca un poco es la de Jesse Plemons y, la que menos, la de Cristin Milioti, a la que encontré poco creíble aun aceptando que, dentro de la fantasía pseudo-trekkie que se nos presenta, se puede dejar paso a la celebración de la sobreactuación como forma de crear lazos con las series a las que trata de homenajear. En cuanto a la ambientación y la fotografía, sin ser yo un especialista en estos conocimientos, se puede encuadrar, como ya se ha apuntado, en el estándar Netflix: no chirría, es agradable y cumple su función.
Y ahora es cuando toca dar sentido al título de la crítica.
Antes de empezar con los spoilers, comentaré someramente que, a pesar de que lo que más valoro en esta serie es el argumento de cada una de las historias, las interpretaciones son correctas. Quizá la única que destaca un poco es la de Jesse Plemons y, la que menos, la de Cristin Milioti, a la que encontré poco creíble aun aceptando que, dentro de la fantasía pseudo-trekkie que se nos presenta, se puede dejar paso a la celebración de la sobreactuación como forma de crear lazos con las series a las que trata de homenajear. En cuanto a la ambientación y la fotografía, sin ser yo un especialista en estos conocimientos, se puede encuadrar, como ya se ha apuntado, en el estándar Netflix: no chirría, es agradable y cumple su función.
Y ahora es cuando toca dar sentido al título de la crítica.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Porque en USS Callister hay que poner la mente en piloto automático para dejar pasar tanto sinsentido argumental como los que aquí nos ofrecen. Y mi suspensión de la incredulidad no puede abarcar tanto.
Black Mirror basa sus historias en la ciencia ficción y en cómo los avances tecnológicos pueden dirigirnos a diversos futuros distópicos. En el capítulo que nos ocupa, uno de los pilares maestros de la trama argumental es la creación de los avatares para un videojuego creado por Daly (Jesse Plemons) mediante el ADN de la gente que le rodea a y que logra obtener de diversos objetos. Hasta ahí iríamos bien si esos clones virtuales fueran versiones por moldear de los humanos en los que se basan, hojas en blanco en las que escribir una personalidad.
Desgraciadamente nos intentan colar la idea de que a partir de los fluidos corporales no solo se puede obtener el ADN sino también la experiencia vital de la persona. Que la autoconsciencia y los recuerdos no se almacenan únicamente en el cerebro sino que estos se pueden obtener de cualquier materia extraída de nuestro cuerpo (tema aparte es la máquina que realiza el proceso de extracción del ADN para transformarlo en un personaje virtual, ya que no explican si Daly, además de ser un genio de la programación, es también un mago de la genética o si, por el contrario, todo el mundo tiene la posibilidad de acceder al cacharro adquiriéndolo en el Carrefour más cercano). Y en este concepto ya no entra en juego la ciencia ficción, sino la fantasía.
Habiendo manejado conceptos similares dentro de la misma serie en San Junípero o en la segunda minihistoria incluida en el capítulo White Christmas, donde la extracción de la consciencia para pasarla al mundo digital tiene una explicación bastante más coherente y elegante, no entiendo cómo aquí incluyen como piedra angular de la trama algo con la misma base científica que puede tener la quiromancia.
Los despropósitos no acaban aquí y, aunque nos presentan a Daly como un as de la informática capaz de crear un universo de generación procedural a prueba de intrusos y fallas, acabamos descubriendo que ese cosmos tiene más agujeros de seguridad que Telefónica. La copia virtual de su nueva compañera de trabajo Nanette (Cristin Milioti), tras ser confinada en ese programa por voluntad de Daly, hace más avances para escapar en unas horas que el resto de sus compañeros, tan planos en ingenio como en la personalidad que les han dibujado, en ¿años? y descubre que, a pesar de supuestamente estar recluidos en un sistema cerrado, tienen conexión a Internet y reciben las actualizaciones periódicas como si aquello fuese Windows 10.
El festival de despropósitos no acaba aquí y Daly, tras ser conocedor de la querencia de la nueva inquilina de la nave por el escape, pica en el truco más viejo del mundo, deja sin proteger la única forma de salir y otorga a la tripulación la posibilidad de huir. Parece ser que este informático además de ser un tipo asocial, es bastante imbécil.
La cosa termina con una huidita, la oscuridad perpetua como castigo para el informático fetichista y la nave capitaneada por nuestra heroína recién llegada surcando el espacio en un viaje que acabará cuando la empresa propietaria del juego decida apagar los servidores del juego porque ya no le es rentable, supongo.
Esta crítica habría cambiado los guionistasi hubieran optado por el camino que creí atisbar en un principio, enfrentado el comportamiento que ofrecemos en nuestro día a día con el que abrazamos cuando jugamos on-line o participamos en Internet. Un tema que es siempre interesante, pero que nos presentan de forma mínima, apenas abocetado. Ni siquiera ofrecen al personaje principal la capacidad de redimirse, solo quedan plasmados sus bajos instintos y delirios kitsch que deja como impronta en su obra.
Intentaré ser optimista y continuaré con el visionado de lo que me queda de temporada rezando por que no sea tan decepcionante como el de este USS Callister.
Black Mirror basa sus historias en la ciencia ficción y en cómo los avances tecnológicos pueden dirigirnos a diversos futuros distópicos. En el capítulo que nos ocupa, uno de los pilares maestros de la trama argumental es la creación de los avatares para un videojuego creado por Daly (Jesse Plemons) mediante el ADN de la gente que le rodea a y que logra obtener de diversos objetos. Hasta ahí iríamos bien si esos clones virtuales fueran versiones por moldear de los humanos en los que se basan, hojas en blanco en las que escribir una personalidad.
Desgraciadamente nos intentan colar la idea de que a partir de los fluidos corporales no solo se puede obtener el ADN sino también la experiencia vital de la persona. Que la autoconsciencia y los recuerdos no se almacenan únicamente en el cerebro sino que estos se pueden obtener de cualquier materia extraída de nuestro cuerpo (tema aparte es la máquina que realiza el proceso de extracción del ADN para transformarlo en un personaje virtual, ya que no explican si Daly, además de ser un genio de la programación, es también un mago de la genética o si, por el contrario, todo el mundo tiene la posibilidad de acceder al cacharro adquiriéndolo en el Carrefour más cercano). Y en este concepto ya no entra en juego la ciencia ficción, sino la fantasía.
Habiendo manejado conceptos similares dentro de la misma serie en San Junípero o en la segunda minihistoria incluida en el capítulo White Christmas, donde la extracción de la consciencia para pasarla al mundo digital tiene una explicación bastante más coherente y elegante, no entiendo cómo aquí incluyen como piedra angular de la trama algo con la misma base científica que puede tener la quiromancia.
Los despropósitos no acaban aquí y, aunque nos presentan a Daly como un as de la informática capaz de crear un universo de generación procedural a prueba de intrusos y fallas, acabamos descubriendo que ese cosmos tiene más agujeros de seguridad que Telefónica. La copia virtual de su nueva compañera de trabajo Nanette (Cristin Milioti), tras ser confinada en ese programa por voluntad de Daly, hace más avances para escapar en unas horas que el resto de sus compañeros, tan planos en ingenio como en la personalidad que les han dibujado, en ¿años? y descubre que, a pesar de supuestamente estar recluidos en un sistema cerrado, tienen conexión a Internet y reciben las actualizaciones periódicas como si aquello fuese Windows 10.
El festival de despropósitos no acaba aquí y Daly, tras ser conocedor de la querencia de la nueva inquilina de la nave por el escape, pica en el truco más viejo del mundo, deja sin proteger la única forma de salir y otorga a la tripulación la posibilidad de huir. Parece ser que este informático además de ser un tipo asocial, es bastante imbécil.
La cosa termina con una huidita, la oscuridad perpetua como castigo para el informático fetichista y la nave capitaneada por nuestra heroína recién llegada surcando el espacio en un viaje que acabará cuando la empresa propietaria del juego decida apagar los servidores del juego porque ya no le es rentable, supongo.
Esta crítica habría cambiado los guionistasi hubieran optado por el camino que creí atisbar en un principio, enfrentado el comportamiento que ofrecemos en nuestro día a día con el que abrazamos cuando jugamos on-line o participamos en Internet. Un tema que es siempre interesante, pero que nos presentan de forma mínima, apenas abocetado. Ni siquiera ofrecen al personaje principal la capacidad de redimirse, solo quedan plasmados sus bajos instintos y delirios kitsch que deja como impronta en su obra.
Intentaré ser optimista y continuaré con el visionado de lo que me queda de temporada rezando por que no sea tan decepcionante como el de este USS Callister.