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Voto de Jordirozsa:
6
4,5
1.242
Serie de TV. Drama. Terror
Basada en una novela "Un saco de huesos" de Stephen King. Mike Noonan, un escritor que vive en Maine, sufre un bloqueo total tras la muerte de su mujer a causa de un accidente. Entre las cosas que inquietan a Mike está el hecho de que su mujer se había hecho un test de embarazo, pero nunca llegó a revelarle el resultado. Noonan se retirará a un pequeño pueblo en busca de tranquilidad e inspiración para su siguiente obra pero una serie ... [+]
24 de octubre de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La idoneidad de Pierce Brosnan para el papel de Mike Noonan, como protagonista de «Bag of Bones» (2011), del director Mike Garris, es de lo más discutido en los debates de comentaristas aficionados y críticos profesionales, sobre esta miniserie, adaptación de la novela homónima de Stephen King. Una de las cosas que se le reprocha al irlandés, y en cierta medida no les falta razón a los que esgrimen dicho argumento, es la superficialidad con la que parece ser hecha la elección para que encabece un reparto (del que, por otra parte, engulle casi todo el espacio actoral él solito).
Una inconsistencia que también se critica a su trabajo interpretativo en las aproximadamente tres horas de duración de esta nueva adaptación de un relato del escritor de Maine, que parece ser que fue otra de sus superventas en 1998.
No se puede negar, reitero, que Brosnan podría haber sondado un poco más en las profundidades de una figura dramática (y no será por falta de tiempo de cinta), a la que el script dedica tanto. Y es que al hombre lo teníamos tan encasillado en sus papeles de comedia ligera, como en «Remington Steele» (1982-1987); de «super agente» 007 (1997-2002) en cuatro de las entregas de la saga; o en adaptaciones de novelas de John Le Carré, como en «El Sastre de Panamá» (1997), que se nos hace raro encajarlo en el rol de un escritor viudo inmerso en una historia de fantasmas (que no de «terror puro», como les hubiera gustado a los más sibaritas), maldiciones y tímidos encuentros con el más allá. Y enfatizo la etiqueta «tímidos», porque aunque la obra de King, indiscutiblemente encaja básicamente en el género del horror (también en casos adlátera al psychothriller o a la ciencia ficción, sobretodo), aquí le pega algunos lamidos y chupetones al drama, que podría haber sido más descarnado si Garris se lo hubiera propuesto, pero el hombre se contiene bastante.
El caso es que Brosnan fue el «elegido», y quizás no es casualidad, teniendo en cuenta que su primera esposa falleció en 1991, y luego, en 2013, dos años después de su participación en «Bag of Bones», la hija de su primera esposa fenecida, de la misma enfermedad que su madre. No sabría calibrar hasta qué punto este paralelismo entre actor y personaje podría haber generado expectativas de eficiencia en los productores. No sería extraño que el temor a la reminiscencia del dolor (perder a un ser querido tan cercano no es nada agradable) hubiese impuesto más que una distancia operativa entre Pierce Brosnan y Mike Noonan.
No voy a justificar así el monopolio que perjudica a la vez la explotación de los personajes secundarios (incluidos los villanos) y sus respectivas subtramas, que seguro que en la novela original estarán mucho mejor explicados y desarrollados.
La trama acaba enrevesándose demasiado. Se queda a medias entre la efectividad de un film estándar de aproximadamente noventa minutos de duración, y una serie lo suficientemente larga para desarrollar mejor el trasfondo de las varias historias (y sus respectivos contextos) que entretejen la pieza ideada por King en su conjunto.
Por si no fuera poco, el script de Matt Venne (y los machacas que tuviera asignados para la labor, que a esos pocas veces o nunca se les nombra) condensa y embota en un último tercio, cogiendo por sorpresa al espectador, tal cantidad de información en el desarrollo y desenlace de las historias que acaban convergiendo, que genera un tapón considerable de sucesos y situaciones bastante mareante.
Una de las cosas que me ha llamado la atención en varios comentarios, es el alud de tomates que, tanto espectadores como críticos con pedigree, le han soltado a uno de los realizadores fetiche de King, echándole en cara un excesivo edulcoramiento o dosis de nata pastelera, a una obra original que habría exigido un enfoque más dirigido al «terror más destilado»; en definitiva, un exceso de drama que en los años noventa vemos en el cine fantástico, y que echó purpurinas de buenismo en personajes que antaño habían sido la encarnación del Mal puro: léase el «Drácula» (1992) de Francis Ford Coppola, o el «Frankenstein» (1994) de Keneth Branagh, que en sus títulos aludiendo a sus respectivos escritores originales, reivindican este sello romántico, aventuresco y, hasta épico. No es el caso de «Bag of bones», por supuesto, pero está claro que si Garris le da un tinte más benévolo o suave a la cosa, y además con el beneplácito del «míster» (aka, Stephen King), será por algo. Un toque que nos lleva más a películas del estilo «Lo que la Verdad Esconde» (2000), de Robert Zemeckis, interpretada por Harrison Ford y Michelle Pfeifer.
La cinta es correcta en lo técnico; la fotografía consigue contribuir a una construcción adecuada de las localizaciones en las que se desarrolla la narración, de tintes góticos mezclados con ese ruralismo de rancio abolengo de las culturas «lacustres». Una elaboración del espacio que, en las historias de fantasmas da mucho de sí, y contrasta eficazmente con ese ambiente urbanita del que procede nuestro escritor protagonista. Ya no tan excepcional sería la banda sonora de Nicholas Pike, que se ajusta con discreción a mi modo de ver.
Tampoco aplaudo con entusiasmo ante unos modestos efectos especiales, que convengo con otros compis de reseña que, en algunos momentos, pueden rozar el ridículo. En este sentido, también encuentro de mal gusto, por trilladas y poco trabajadas, las caracterizaciones «azuladas» y a lo spìder woman de lo que serían las phantòmes du fèmme fatale, importadas del estilo oriental de las «noventeras» y primerizas «dosmileras» sagas de «The Ring» o «The Grunge».
Para quienes prefieren películas cortas, temiendo aburrirse con duraciones de más de 120 minutos, la primera parte de «Bag of Bones» se siente larga, hacia una segunda mitad apresurada con revelaciones ambiguas. Estos desenlaces rápidos confunden a quienes no están acostumbrados, al igual que el desenlace en algunos episodios de series de misterio como «Poirot» (1989)
Una inconsistencia que también se critica a su trabajo interpretativo en las aproximadamente tres horas de duración de esta nueva adaptación de un relato del escritor de Maine, que parece ser que fue otra de sus superventas en 1998.
No se puede negar, reitero, que Brosnan podría haber sondado un poco más en las profundidades de una figura dramática (y no será por falta de tiempo de cinta), a la que el script dedica tanto. Y es que al hombre lo teníamos tan encasillado en sus papeles de comedia ligera, como en «Remington Steele» (1982-1987); de «super agente» 007 (1997-2002) en cuatro de las entregas de la saga; o en adaptaciones de novelas de John Le Carré, como en «El Sastre de Panamá» (1997), que se nos hace raro encajarlo en el rol de un escritor viudo inmerso en una historia de fantasmas (que no de «terror puro», como les hubiera gustado a los más sibaritas), maldiciones y tímidos encuentros con el más allá. Y enfatizo la etiqueta «tímidos», porque aunque la obra de King, indiscutiblemente encaja básicamente en el género del horror (también en casos adlátera al psychothriller o a la ciencia ficción, sobretodo), aquí le pega algunos lamidos y chupetones al drama, que podría haber sido más descarnado si Garris se lo hubiera propuesto, pero el hombre se contiene bastante.
El caso es que Brosnan fue el «elegido», y quizás no es casualidad, teniendo en cuenta que su primera esposa falleció en 1991, y luego, en 2013, dos años después de su participación en «Bag of Bones», la hija de su primera esposa fenecida, de la misma enfermedad que su madre. No sabría calibrar hasta qué punto este paralelismo entre actor y personaje podría haber generado expectativas de eficiencia en los productores. No sería extraño que el temor a la reminiscencia del dolor (perder a un ser querido tan cercano no es nada agradable) hubiese impuesto más que una distancia operativa entre Pierce Brosnan y Mike Noonan.
No voy a justificar así el monopolio que perjudica a la vez la explotación de los personajes secundarios (incluidos los villanos) y sus respectivas subtramas, que seguro que en la novela original estarán mucho mejor explicados y desarrollados.
La trama acaba enrevesándose demasiado. Se queda a medias entre la efectividad de un film estándar de aproximadamente noventa minutos de duración, y una serie lo suficientemente larga para desarrollar mejor el trasfondo de las varias historias (y sus respectivos contextos) que entretejen la pieza ideada por King en su conjunto.
Por si no fuera poco, el script de Matt Venne (y los machacas que tuviera asignados para la labor, que a esos pocas veces o nunca se les nombra) condensa y embota en un último tercio, cogiendo por sorpresa al espectador, tal cantidad de información en el desarrollo y desenlace de las historias que acaban convergiendo, que genera un tapón considerable de sucesos y situaciones bastante mareante.
Una de las cosas que me ha llamado la atención en varios comentarios, es el alud de tomates que, tanto espectadores como críticos con pedigree, le han soltado a uno de los realizadores fetiche de King, echándole en cara un excesivo edulcoramiento o dosis de nata pastelera, a una obra original que habría exigido un enfoque más dirigido al «terror más destilado»; en definitiva, un exceso de drama que en los años noventa vemos en el cine fantástico, y que echó purpurinas de buenismo en personajes que antaño habían sido la encarnación del Mal puro: léase el «Drácula» (1992) de Francis Ford Coppola, o el «Frankenstein» (1994) de Keneth Branagh, que en sus títulos aludiendo a sus respectivos escritores originales, reivindican este sello romántico, aventuresco y, hasta épico. No es el caso de «Bag of bones», por supuesto, pero está claro que si Garris le da un tinte más benévolo o suave a la cosa, y además con el beneplácito del «míster» (aka, Stephen King), será por algo. Un toque que nos lleva más a películas del estilo «Lo que la Verdad Esconde» (2000), de Robert Zemeckis, interpretada por Harrison Ford y Michelle Pfeifer.
La cinta es correcta en lo técnico; la fotografía consigue contribuir a una construcción adecuada de las localizaciones en las que se desarrolla la narración, de tintes góticos mezclados con ese ruralismo de rancio abolengo de las culturas «lacustres». Una elaboración del espacio que, en las historias de fantasmas da mucho de sí, y contrasta eficazmente con ese ambiente urbanita del que procede nuestro escritor protagonista. Ya no tan excepcional sería la banda sonora de Nicholas Pike, que se ajusta con discreción a mi modo de ver.
Tampoco aplaudo con entusiasmo ante unos modestos efectos especiales, que convengo con otros compis de reseña que, en algunos momentos, pueden rozar el ridículo. En este sentido, también encuentro de mal gusto, por trilladas y poco trabajadas, las caracterizaciones «azuladas» y a lo spìder woman de lo que serían las phantòmes du fèmme fatale, importadas del estilo oriental de las «noventeras» y primerizas «dosmileras» sagas de «The Ring» o «The Grunge».
Para quienes prefieren películas cortas, temiendo aburrirse con duraciones de más de 120 minutos, la primera parte de «Bag of Bones» se siente larga, hacia una segunda mitad apresurada con revelaciones ambiguas. Estos desenlaces rápidos confunden a quienes no están acostumbrados, al igual que el desenlace en algunos episodios de series de misterio como «Poirot» (1989)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
A menudo, películas y telefilmes tienden a un patrón: un inicio lento, seguido de un final acelerado. Parece que, tras mantener al espectador casi adormecido, los creadores intentan revivir la emoción al final, sugiriendo que lo mejor está por venir.
Si procedemos a un análisis de lo simbólico de los personajes y de los lugares escénicos en su dimensión colectiva, podremos darnos cuenta de lo fascinante que resulta la proyección que, nuevamente, King hace sobre el papel (y por translación Garris a la pantalla), de los propios miedos, temores y desafíos de enfrentarse a su propio sustrato psico cultural. En el centro, la imagen de lo que podríamos llamar al homo creatus (el artista, el escritor), atrapado entre los traumas del pasado y las incertidumbres del futuro, gráficamente manifiestas en ese síndrome del «bloqueo creativo», después de la muerte de la esposa.
El lago representaría el mundo del inconsciente (tanto individual como colectivo), donde «enterramos» a nuestros propios «sacos de huesos», que contienen todo aquello que no somos capaces de afrontar, de «roer» o, incluso de romper (las maldiciones), heredado de las acciones de unos antepasados que «castraron» o «asesinaron» a lo nuevo, lo diferente (una mujer afroamericana que canta blues), en el contexto de una sociedad dominada por un oligarca rico y poderoso (aunque se le presente grotescamente) que, independientemente de sus motivaciones, es el representante del continuismo, la tradición (por penosa y cruel que sea), ya que va a por la mujer (su nuera). Una mujer cuyo valor primordial está en su hija, y para proteger a su hija debe enfrentarse a un infortunio que ella no provocó.
Por ello decide disparar a su marido cuando éste intenta ahogar a su hija en el lago. Y en este estado de cosas aterriza el personaje de Brosnan, tomando él el relieve en el asunto: el cometido de acabar con esta maldición. Él cae en el centro de la encrucijada, siguiendo las pistas que le deja su difunta esposa, primero cuando estaba viva (el cuadro de la chica afroamericana) y después muerta.
Como todo héroe de una película de «terror», Brosnan precisa de un/a médium. Ésta, por imperativos del guión (guste o no), se ve obligada a situarse en el «más allá». Allí la coloca un terrible accidente, siendo atropellada por un autobús (no entraré en la intrascendente y estéril faena del polémico debate, de si en la obra original de King la mujer muere de otra manera).
Imagino (y esto es especulación personal), que este modo que tiene Garris de hacer traspasar a la «leal» esposa del prota, sirve para realzar el dramatismo y el significado del trauma. No como un evento en el que el ser humano se queda incrustado, bloqueando su evolución y crecimiento sino que, contrariamente, se trataría del catalizador del cambio que operará, o debe operar, para que el principal y su entorno puedan superar el bucle paralizante de la maldición.
El atropello de la mujer arrollada por el bus es algo, pues, con lo que se quiere imprimir un ahínco trágico. Que acaba en muerte, y posterior permanencia entre el mundo de los vivos y el de los muertos de la mujer de Noonan.
Ella purgará su «pecado» dando pistas a su marido desde «el otro lado» para ayudarle a descubrir la verdad. La necesidad de este punto, de búsqueda de redención final de la mujer de Noonan, vendría dado por las insinuaciones de infidelidad que nos sugiere el guionista cuando resulta que, descubriendo Noonan que probablemente es estéril por una prueba de semen que se hace, ella aparece embarazada. Lo que descubre antes de ser arrollada. Y, en consecuencia, por un principio moral de «justicia narrativa», tendrá la penitencia impuesta de ser canal de comunicación entre Noonan y el mundo de los espíritus. El puente que precisa este protagonista para empezar y resolver el viaje del cambio, trayéndolo a las fauces de su propio «lago», para ayudar a descansar en paz a los fantasmas que aprisionan a toda una comunidad, y a los suyos propios.
Si procedemos a un análisis de lo simbólico de los personajes y de los lugares escénicos en su dimensión colectiva, podremos darnos cuenta de lo fascinante que resulta la proyección que, nuevamente, King hace sobre el papel (y por translación Garris a la pantalla), de los propios miedos, temores y desafíos de enfrentarse a su propio sustrato psico cultural. En el centro, la imagen de lo que podríamos llamar al homo creatus (el artista, el escritor), atrapado entre los traumas del pasado y las incertidumbres del futuro, gráficamente manifiestas en ese síndrome del «bloqueo creativo», después de la muerte de la esposa.
El lago representaría el mundo del inconsciente (tanto individual como colectivo), donde «enterramos» a nuestros propios «sacos de huesos», que contienen todo aquello que no somos capaces de afrontar, de «roer» o, incluso de romper (las maldiciones), heredado de las acciones de unos antepasados que «castraron» o «asesinaron» a lo nuevo, lo diferente (una mujer afroamericana que canta blues), en el contexto de una sociedad dominada por un oligarca rico y poderoso (aunque se le presente grotescamente) que, independientemente de sus motivaciones, es el representante del continuismo, la tradición (por penosa y cruel que sea), ya que va a por la mujer (su nuera). Una mujer cuyo valor primordial está en su hija, y para proteger a su hija debe enfrentarse a un infortunio que ella no provocó.
Por ello decide disparar a su marido cuando éste intenta ahogar a su hija en el lago. Y en este estado de cosas aterriza el personaje de Brosnan, tomando él el relieve en el asunto: el cometido de acabar con esta maldición. Él cae en el centro de la encrucijada, siguiendo las pistas que le deja su difunta esposa, primero cuando estaba viva (el cuadro de la chica afroamericana) y después muerta.
Como todo héroe de una película de «terror», Brosnan precisa de un/a médium. Ésta, por imperativos del guión (guste o no), se ve obligada a situarse en el «más allá». Allí la coloca un terrible accidente, siendo atropellada por un autobús (no entraré en la intrascendente y estéril faena del polémico debate, de si en la obra original de King la mujer muere de otra manera).
Imagino (y esto es especulación personal), que este modo que tiene Garris de hacer traspasar a la «leal» esposa del prota, sirve para realzar el dramatismo y el significado del trauma. No como un evento en el que el ser humano se queda incrustado, bloqueando su evolución y crecimiento sino que, contrariamente, se trataría del catalizador del cambio que operará, o debe operar, para que el principal y su entorno puedan superar el bucle paralizante de la maldición.
El atropello de la mujer arrollada por el bus es algo, pues, con lo que se quiere imprimir un ahínco trágico. Que acaba en muerte, y posterior permanencia entre el mundo de los vivos y el de los muertos de la mujer de Noonan.
Ella purgará su «pecado» dando pistas a su marido desde «el otro lado» para ayudarle a descubrir la verdad. La necesidad de este punto, de búsqueda de redención final de la mujer de Noonan, vendría dado por las insinuaciones de infidelidad que nos sugiere el guionista cuando resulta que, descubriendo Noonan que probablemente es estéril por una prueba de semen que se hace, ella aparece embarazada. Lo que descubre antes de ser arrollada. Y, en consecuencia, por un principio moral de «justicia narrativa», tendrá la penitencia impuesta de ser canal de comunicación entre Noonan y el mundo de los espíritus. El puente que precisa este protagonista para empezar y resolver el viaje del cambio, trayéndolo a las fauces de su propio «lago», para ayudar a descansar en paz a los fantasmas que aprisionan a toda una comunidad, y a los suyos propios.