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España España · Castellvell del Camp
Voto de Jordirozsa:
7
Intriga. Fantástico Cinco chicas problemáticas se ven obligadas a acogerse a un programa experimental de enseñanza, impartido por la enigmática Madame Duret (Uma Thurman) en el internado Blackwood. Pronto empiezan a mostrar talentos singulares que no sabían que poseían, y a tener extraños sueños, visiones y lagunas de memoria. Cuando la frontera entre realidad y sueño comienza a hacerse demasiado difusa, todas comprenden al fin el motivo por el que han ... [+]
21 de octubre de 2022
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La hora y media larga de rollo para proyección en salas, venta y distribución de «Down a Dark Hall» (2018), o «Blackwood», sea cual fuere el título que se prefiera para bautizar esta pieza de Rodrigo Cortés, tuvo que esperar desde diciembre de 2016, cuando se terminó el rodaje, en una estantería, hasta que «Lionsgate» se decidiera a lanzar la película en España e Italia en verano de 2018, y casi al mismo tiempo la «Summit Entertaintment» en los USA, en modo VOD («video-on-demand), (en octubre del mimo año sería distribuida la edición en Blu-Ray y DCD por la «Lionsgate Home Entertaintment»). Más de dos millones y medio de dólares se consiguieron de recaudación, para una producción hispano-norteamericana que contó con una inversión de cuatro millones. Con lo que la cosa, por el momento, se ha quedado lejos de obtener pingües beneficios del producto.

Basada en la homónima novela de Lois Duncan (1934–2016), de 1974, cuarenta años después de ver esta obra la luz, fue adquirida por la ya antes mencionada mega distribuidora, para ser versionada para el audiovisual. Cortés fue elegido para pilotar el barco, cuyos constructores Mike Goldbach y Chris Sparling, autores del libreto, dejaron no pocos agujeros en el casco de la nave y un diseño poco aerodinámico y funcional de la misma. El director español tuvo que aprovisionarse de un buen equipo de calafateadores para mantenerla a flote, y de expertos remeros para hacerla navegar, no sin cierta pena, en una travesía que se puede hacer larga para los espectadores amantes de experiencias terroríficas «hardcore», incluyendo en ello sustos, hemoglobina y varios chillidos de pubescentes «slasheados».

Aunque presuntamente el «público diana» fuesen literalmente «jóvenes adultos» (no recomendada para menores de 16 años en nuestro país), es una historia perfecta para que ya la empiecen a ver chavales y chavalas más jóvenes, y tampoco es nada despreciable para los que ya tenemos alguna que otra granada. De hecho, si en «International Movie Database» nos fijamos en los «rankeos» por edades, son las personas de 30 tacos para arriba los que más votaciones emiten, y las mujeres de más de 45 las que mejor puntuación le dan, dentro del relativo descalabro que recibió la película entre críticas de profesionales, y comentarios u opiniones de aficionados.

Los tópicos de la adolescencia, y sus expresiones artísticas (en este caso la cinematográfica), no deben percibirse, pues, sólo para los propios adolescentes. Los de más edad, por consiguiente, también podemos llegar a vivir el argumento de la historia que se nos cuenta con harta identificación, ya sea por ser padres y/o profesionales que trabajan con «teens», o por el simple hecho de evocar una etapa de la vida repleta, tanto de los más nobles o elevados acicates del futuro, como de las más dolorosas pesadillas. Los vericuetos de esta parte del desarrollo humano, el epicentro de la temática que Cortés encarna en las cinco chicas jóvenes que, por sus conductas manifiestamente desadaptativas ante las exigencias de un mundo y un sistema que suele pasar olímpicamente de las aspiraciones, preocupaciones y miedos de quienes se hallan entre la infancia y la adultez, se ven «institucionalizadas» en un centro educativo (supuestamente de élite), para enderezar lo que se considera son sus descarriadas existencias.

Las manos de orfebre de Cortés nos invitan a, con él, contemplar, fundir, moldear, raspar y pulir una pieza que, de entrada, rechaza de plano el molde mercantil del cuchillazo, la menudería y los sobresaltos (alguno pone para que no digan los «adrenalinómanos»), para optar por un estilo más descriptivo y lo que llamaríamos «preciosístico», dentro del gótico que nos retrotrae a las versiones cinematográficas de los sets de Edgar Allan Poe. Tampoco cae en las ñoñerías caprichosas y estúpidas de producciones del estilo de la saga «Crepúsculo» (2008-2012), que puso de moda entre los imberbes (y las imberbas) la moda de ir con el rostro emblanquecido, y vestidos(as) y pintarrajeados todo de negro (¡por Dios, qué mal gusto!).

Cortés, con buen arte y oficio, echa mano del terror sólo como barniz envolvente de un valor que trabaja en este film, que es el de la complicada y difícil gestión de la primavera fisiológica, psíquica y espiritual de las personas. Tanto de sí mismas, como de quienes las acompañan en el proceso.

Jarin Blaschke, director de fotografía, cuida un trabajo en el que destaca su gran acierto en las texturas y las desaturadas tonalidades de las imágenes, consiguiendo gran eficacia en los juegos de luces y sombras; de hecho, si la película hubiese sido rodada en blanco y negro, bien se podría haber reflejado, en este aspecto, en clásicas piezas de horror de precedentes décadas. Por otro lado, los encuadres en el interior de la siniestra mansión, (el gran Hall de entrada; el ronco pasillo con débiles y titilantes luces; alguna habitación de las chicas; el salón donde Kit recibe sus clases de piano; el comedor; los recónditos, secretos y prohibidos recovecos de la casa…), a medida que van desfilando por la línea de las sucesivas escenas, no nos permiten demasiado hacernos una idea de conjunto del «mapa visual» del caserón. Esta falta de continuidad, sumada a que la cosa se pasa de oscuro en algunas secuencias, en las que nos harían falta correctores oculares de visión nocturna (entonces peor, porque se vería todo de color verde), provoca cierta incómoda sensación en el espectador, tanto en lo que se refiere a ubicación, como incluso a seguimiento del relato.

Sin embargo, ello no quita efectividad a un «set» primorosamente confeccionado, al detalle, en el que planos como el de la puerta que marca la linde hacia lo insondable, lo numénico que se revelará en la conclusión, cuya llave se reserva Cortés para el tercer acto, es digno de referentes de culto como «Secret Beyond the Door» (1947), de Fritz Lang, en el efecto de crear misterio en la tenue pero bien sostenida atmósfera.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
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