¿Por qué me gusta tanto Bourne? Porque ejemplifica a la perfección mi pasión por el cine de acción, en el que los componentes más peliculeros están representados con la contundencia de una producción que se cree los elementos con los que trabaja. Es lo mismo que ver a Errol Flynn con leotardos verdes haciendo de Robin Hood, se lo cree y nosotros lo disfrutamos.
Además cuenta con un montaje de altísimo nivel. Ganó el Oscar. Justo ese elemento diferenciador que es le montaje cinematográfico hace que el cine para mi sea lo que es.
La gran diferencia de Greengrass como cineasta con respecto a otros buenos realizadores de cine de acción, es que Greengrass fragmenta de manera muy acelerada pero en cambio mantiene intacta la continuidad. Sus elipsis son constantes, acelera los acontecimientos que se suceden de manera vertiginosa, pero sin embargo mentalmente puedo seguir todos los hechos que se describen sin tener la impresión de que se me ha manipulado.
Ejemplo perfecto de ello son las dos escenas que desarrolla en esta entrega, la de la estación de Waterloo y sobretodo los 15 minutos de Tánger, lo mejor de toda la trilogía. Un prodigio de planificación y montaje. En esos 15 minutos alterna planos rodados cámara en mano, subjetivos algunos, con otros muy elaborados como los aéreos. Incluso sigue a su protagonista con la steady cam mientras salta al vacío de un edificio a otro. La impresión de realidad, de estar allí, es total. Bourne en esa escena sigue a un asesino que a su vez sigue a su amiga mientras está siendo perseguido por la policía marroquí. Pues bien, esas cuatro acciones alternadas se siguen con inusitada facilidad, sin que entre plano y plano movido hayas sentido que te han cambiado de espacio o te haya faltado ver alguna imagen. La enorme coreografía que conlleva la escena la respeta y la representa intacta a pesar de la fragmentación del montaje. La adrenalina que produce se siente.