En los años cuarenta el norteamericano que ganó un Premio Nobel de Literatura fue William Faulkner, en los cincuenta Ernest Hemingway y en los sesenta John Steinbeck. Bien, ninguno de ellos se parece ni de lejos a Paul Newman, no ya en el físico evidentemente, sino en su forma de relacionarse con la sociedad.

Presuntamente estamos ante un escritor premiado, reconocido y galardonado, sin embargo no le vemos en toda la película leer ni un solo libro –ni un periódico- tampoco escribir ni una sola línea pero lo que es más curioso ni citar a un escritor o una sola obra de alguien. Señores si quieren hacer una película de intriga con un policía o detective perfecto –como tiene tantas Newman impecables- pero su papel no es creíble, en absoluto. Incluso deriva en demasiadas ocasiones hacia una especie de James Bond, con multitud de chicas, buenas y malas, a cuál más exuberante.

Lo de la verosimilitud de la historia no es baladí, esa es la diferencia entre esta de Robson y la posterior de Alfred Hitchcock en “Cortina rasgada”, las dos del mismo corte y con Paul Newman. Eso sí, la del mago del suspense está mucho más politizada que esta y llega a resultar ridícula su retrato del telón de acero, mientras que aquí todo es más normal dentro de lo que cabe, pero como trama de ficción aquí se le va la mano al guionista.

Pero como digo siempre, una película sólo interesante de hace cuarenta años tiene que ofrecernos más cosas que una buena de las de ahora. A sí que ya saben, échenla un vistazo que no se aburrirán, eso sí a Santiago Carrillo le deben de parecer todas estas americanas proselitistas infumables.