Todos nosotros tenemos en nuestros hogares, algún que otro libro que lleva acompañándonos casi toda la vida, pero que jamás por la razón que sea hemos leído.

Uno de los que podría citar en mi caso es “El perfume” de Patrick Süskind. Ahí está. Descolorido. Una de las primeras ediciones en castellano de la novela a mediados de los ochenta. Ni caso. Tomo una biografía de von Humboldt que se encuentra a su diestra y más tarde la siempre controvertida “Gog” de Giovanni Papini a su siniestra.

Nunca parece llegar el turno para Süskind.

Veinte años después hacen la película. Alemana por supuesto.

Voy a verla como algunos feligreses van a misa, para limpiar mi conciencia.

Salgo del cine y vuelvo a casa recordando que la colonia se me terminó hace más de una semana y que el aftershave no puede ser un sustitutivo como los parches de nicotina al cigarrillo.

Dos años después vuelvo a rondar cerca de la estantería donde se encuentra “El perfume”. Elijo otra vez a Papini. Coloco una escultura comprada en Jan el-Jalili delante de la obra de Süskind.

Es la representación de Abu Simbel. Uno de los templos más bellos del mundo que en los años sesenta hubo que reubicar 65 metros más arriba para que las aguas de la presa de Assuán no se la tragara.

Con mi réplica no pasará lo mismo. Jamás se moverá.