Esta pequeña obra maestra lo es porque tiene la cualidad de perdurar, de resultar tan vigente y cautivadora como hace más setenta años, cuando fue estrenada. Y es que, por desgracia, el núcleo del argumento sigue sucediendo hoy al igual que lo hizo ayer y sin visos de solucionarse mañana: la honradez no es virtud destacada en el mundo, no suele dar frutos y sí condenar a una vida gris y mediocre. De ese modo, el robo de la dichosa bicicleta no sólo es la pérdida del sustento y de la esperanza de una vida mejor, sino que termina desgarrando algo mucho más profundo como la fe en los demás, en la sociedad, y hasta en los propios principios.

Tiene muchas escenas realmente conmovedoras, destacando las que muestran la relación entre Antonio y su hijo, y también es importantísima la banda sonora, verdadero vehículo emocional que nos va conduciendo por los diferentes estados de ánimo del protagonista. Es imposible no identificarse con la transformación del personaje, un hombre honrado en una situación límite. Ojalá siempre tengamos un Bruno que nos acompañe, nos quiera y nos apoye.