Estas ocho figuras que ha puesto Quentin Tarantino salvan incluso el flojo guion que ha puesto el gran cineasta sobre sus manos. A esos ocho se suma Ennio Morricone, que dota de unas melodías completamente perturbadoras y frescas lo que es este western en la nieve.
Las casi tres horas de duración se sienten, cansan, no son lo mismo que si fuera un guion en el que la trama se haga completamente invulnerable al arte de narrar. Aquí lo que quiso hacer el gran Tarantino fue darnos una dosis más, innecesaria, de su amor por el cine.
Pero, como he dicho, ver a estos hombres actuar y a Jennifer Jason Leigh soportar los golpes de su captor hacen que se salve todo el filme como una obra de teatro a la que bendicen sus actores. Samuel L. Jackson está impresionante, Kurt Russell hace un guiño al arte de dejar de ser él mismo para que nos olvidemos de esos malos filmes en los que ha estado en los últimos años, Demián Bichir tiene aire y nos convence hasta de que toca el piano... mal, pero que lo toca. Walton Goggins es todo un soporte de gracia para este filme. Tim Roth y Michael Madsen siguen dándole la rúbrica que le faltaba al proyecto Tarantino, concediéndole ser parte de este baile para benificio del espectáculo. Y, por último, James Parks, como O.B., aunque no resalta tanto, hace que también el papel de los demás respire con sus escasas intervenciones.