Película para disfrutar sorbo a sorbo. Incluso en los planos en los que Sean Penn decide sin justificación de ninguna índole mostrarnos un gallinero con las gallinas aleteándose por doquier. Bueno, la justificación la puede encontrar un hermeneuta bien posmoderno. Aquí lo que quiero subrayar es que el espectador empieza a beber lo que va aconteciendo en la vida del policía retirado que interpreta con maestría Jack Nicholson (ni más faltaba) como si se tratara de un buen vino. Es un deleite ir por esos paisajes, por los silencios y los diálogos. No porque sean muy profundos, sino porque los diálogos están cargados de vida, de sensaciones, de emociones. Eso es lo que marca el sabor de esta película.
La historia a cada quien motivara o decepcionara. Lo que está garantizado es la sorpresa.