Ya hemos visto películas así: la injusticia hecha parte de la vida cotidiana, la burocracia como noción de que todo aún puede ir peor, la receta para el fracaso de las gestas que buscan sacar adelante el verdadero progreso social. Y aquí el asunto sorprende por su sencillez: el uso de jeringuillas en hospitales. Y no solo en ellos, porque es un uso que trasciende la esfera clínica.
No sabía que hubiera un caso semejante y que tuviera tanta hondura, y en ello el filme se honra a sí mismo como emblema de una gran crítica a lo que hacen las corporaciones. Después de verlo, me quedé pensando que, seguramente, así pasa con muchas más cosas mucho más simples. Reflexionémoslo bien. Se trata de evidenciar la mafia que hay detrás de las ventas de jeringuillas y cómo el mercado pervive de cuenta de que pocos reparan en ello. No obstante, los sistemas obsoletos se mantienen, las jeringuillas que causan accidentes diarios siguen siendo parte, en sus usos, de la vida cotidiana. ¿Qué otras cosas usa todo el mundo siempre y nadie repara que puede haber mejoras en ellas para evitar accidentes?
La película, sin embargo, no es del todo intensa, se queda con una denuncia y un rol protagónico de Chris Evans que no trascienden tanto como deberían. Algo se ha dicho, pero no de la mejor manera.