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Voto de Manospondylus:
2
Animación. Ciencia ficción. Acción Algunos años después de la batalla con Majin Buu, Bils, el dios de la destrucción, encargado de mantener el equilibrio del universo, se ha despertado de un largo sueño. Al escuchar rumores sobre un saiyajin que ha vencido a Freezer, Bils parte a la búsqueda de Goku. Emocionado por el hecho de que haya aparecido, después de tanto tiempo, un oponente tan poderoso, Goku ignora las advertencias de Kaito y decide enfrentarse a él. (FILMAFFINITY) [+]
30 de septiembre de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película es justo lo que parece: un producto hecho únicamente para seguir explotando Dragon Ball mientras sea rentable y, de paso, tantear a la audiencia de cara a una próxima serie (Dragon Ball Super) que también persigue únicamente el éxito comercial. Nada más.

Un argumento casi inexistente que sirve como pretexto para meter peleas faltas de tensión y emoción, y que ni siquiera cuentan con una animación que supere lo que puede verse en algunas series de TV. Un villano absurdo salido de ninguna parte que pretende destruir la Tierra porque sí, y en su camino se interpone un héroe siempre dispuesto a pelear para demostrar que es el más fuerte, antes que para salvar el mundo. Vuelven los personajes de siempre, tan de siempre que no han progresado lo más mínimo, de hecho, Gokū parece ir para atrás.

El detonante de la acción es el despertar, después de 39 años (no es que sea mucho tiempo), del Dios de la Destrucción con nombre de bebida alcohólica Bills/Beerus (beers). Este gato antropomorfo que se han sacado de la manga decide que va a destruir la Tierra porque sí. Obviamente, Gokū, que andaba por ahí entrenándose, para variar, acude raudo para el combate. Y ya está. Toda la película (salvo una subtrama ridícula con Pilaf que no sé qué demonios pinta ahí y ocupa media hora de metraje) parece conducir hacia la pelea entre Gokū y Bills, y cuando esta llega, después de un largo cumpleaños, no iguala las expectativas generadas.

En La Batalla de los Dioses, Gokū involuciona a una versión más imbécil e inexperta que al final de Dragon Ball Z, y Toriyama ya ni se esmera en diseñar las nuevas formas, limitándose a cambiarle el color del pelo. Puede que Dragon Ball GT fuera criticada hasta la saciedad, pero al menos el diseño del Super Saiyajin 4 era más original que el Super Saiyajin Dios (y otras transformaciones vistas en Super). También reaparecen sus amigos y familiares aunque casi todos están solo para hacer bulto (la función de Yamcha es contar hasta siete, lo que es toda una hazaña en un grupo que se lía al sumar 5 + 1, como podemos ver en esta película), y Vegeta aparece principalmente para ser humillado, acobardándose a la primera o poniéndose a cantar de la forma más ridícula (en serio, parece que los guionistas odian al personaje). Bills es un antagonista completamente vacío, como su innecesario asistente/maestro también con nombre etílico Whis (whiskey, que debió de ser lo menos fuerte que se tomaron antes de escribir el guion). Y, como he adelantado, Pilaf y los suyos andan por ahí estorbando a los personajes y dificultando el avance de la trama.

Se suponía que esta sería una de esas batallas impresionantes del shōnen, así que, hubiera o no un guion con sentido, al menos tendíamos un buen espectáculo. Pero media película se ocupa del cumpleaños de Bulma, con un absurdo bingo en el que se juegan las Bolas de Dragón y Pilaf deambula por la zona intentando robarlas. Tan poco interesante como suena. Por supuesto, el gran antagonista no permanece parado sin hacer nada. En lugar de eso, Bills se une al cumpleaños para probar la comida de la Tierra, jugar a piedra, papel o tijera con un cerdo y otras cosas de igual importancia. Esto es aún menos interesante de lo que parece.

En medio de toda esa sarta de estupideces, ni siquiera falta el hortera de Saiyaman haciendo por ahí el capullo hasta que termina hiriendo accidentalmente a Videl, y un desconcertante flirteo entre Trunks, que tiene 8 años, y Mai, la esbirra de Pilaf devuelta a la infancia por obra del dragón Shenron (una línea argumental que tendrá continuidad en Super, aunque no hacía maldita la falta).

Por fin, después de hora y cuarto de un cumpleaños soporífero, las estratagemas necias de Pilaf y un gato enclenque hablando de comida con un tipo azul, empieza el esperado combate final (atención al motivo fútil y extremadamente absurdo que lo provoca), cómo no, con el futuro de la Tierra en juego. El problema es que en ningún momento se percibe una sensación de amenaza real, como sí ocurría en los emblemáticos combates contra Freezer, Cell o Majin Boo en Dragon Ball Z. Así que, en cuanto a emotividad y tensión, está a años luz de la serie de TV.

Por lo demás, el dibujo no destaca en absoluto (de nuevo, para ser una película deja mucho que desear), así como la animación, que es correcta durante el combate (pese a todo el CGI) pero flojea durante el resto de la película. Precisamente, el combate es visualmente llamativo y tiene algún momento logrado, pero tampoco puede decirse que resalte especialmente, menos aún si tenemos en cuenta que estamos frente a una película que cuenta con un presupuesto mucho mayor que el de cualquier capítulo de una serie anime. Baste decir que el enfrentamiento entre Saitama y Boros en One Punch Man es mucho más espectacular y se trata de un episodio de una serie de TV. Y si se compara su animación y sus combates con los de, por ejemplo, Boruto: Naruto the Movie (por ser también una película derivada de un anime shōnen de éxito que procede de un estudio que no goza de muy buena fama), La Batalla de los Dioses queda completamente en ridículo (ya no digamos si se comparan los remakes de estas batallas para sus respectivas series de TV; porque Pierrot por lo menos aprovechó para mejorar el combate en Boruto, y ahí está la videoteca de YouTube para corroborarlo). Por lo menos la animación de esta película es superior a la de la adaptación de esta historia para el inicio de Dragon Ball Super, y el ritmo es mejor, en primer lugar porque en un largometraje no tienen cabida esos tiempos muertos en los que Gokū se dedica a fruncir el ceño y mirar a su rival mientras grita (una molesta costumbre para rellenar minutos en Dragon Ball); y el final es, hasta cierto punto, original, aunque completamente decepcionante (en este caso, mucho más que en Dragon Ball Super), y parece hecho únicamente por las ganas de acabar la película como fuera.

(Sigue sin spoilers)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Manospondylus
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