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Voto de Donald Rumsfeld:
4
6,3
17.454
Terror. Thriller
Secuela del film de culto "El resplandor" (1980) dirigido por Stanley Kubrick y también basado en una famosa novela de Stephen King. La historia transcurre algunos años después de los acontecimientos de "The Shining", y sigue a Danny Torrance (Ewan McGregor), traumatizado y con problemas de ira y alcoholismo que hacen eco de los problemas de su padre Jack, que cuando sus habilidades psíquicas resurgen, se contacta con una niña de nombre ... [+]
9 de marzo de 2020
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Según algunos, esta secuela de El resplandor es la película que su director habría filmado de seguir vivo. Por lo visto, no sólo no entienden nada de la anterior, lo cual es comprensible, sino que, de manera más preocupante, tampoco parecen comprenden mucho de esta.
Aquella era un original ejercicio de síntesis y concisión, y esta solo una amalgama de lugares comunes. Más que una película creada para provocar pánico en el espectador, es una película diseñada desde el pánico a no cumplir con su cuota de mercado y el terror a no cumplir con las expectativas del espectador. En esencia, es una película cobarde, simple y previsible cuyo mayor merito consiste en un par de escenas que más que miedo provocan repugnancia.
Allí solo había un escenario, cuatro personajes y una sucesión de elipsis; pero ese escenario estaba lleno de secretos, de ángulos muertos, de puntos de fuga que concentraban la atención del espectador sobre un único tema nunca explícitamente señalado. Así, los diálogos estaban llenos de sobrentendidos, de insidiosas alusiones, de pérfidas insinuaciones en las que todo quedaba dicho a pesar de que nunca se decía. La película, más que estructurarse en la clásica sucesión de actos preconcebidos para un clímax (tan arquetípica del cine de terror), partía de una situación estática y nunca se desplazaba. Salvo los rostros de los vivos, todo resultaba hierático, fijo, inmóvil y ajeno al tiempo. La propia atmósfera del Overlook, un personaje más, parecía un fantasma atrapado por su pasado: su aire inmóvil, sus puertas cerradas, los pasillos llenos de un vacío que multiplicaba la extrañeza de ver un triciclo dando vueltas en su infinita circularidad. El tema de fondo tan solo se podía deducir de la firmeza con la Jack agarraba a su hijo, del nerviosismo que parecía atenazar a su esposa, de un conversación absolutamente delirante filmada en un baño lleno de intersecciones en las que no había sombras. No había ni psicología ni drama, ni redención ni esperanza; solo una ópera minimalista disfrazada de espectáculo, una pequeña tragedia de todos los días interpretada con gran orquesta. La cámara era la historia, el guión era las pistas, la música y el sonido llenaban de densidad y presión la imagen hasta hacerla supurar. Tan focalizada estaba sobre la obsesión que propia tensión de esta constantemente rompía las leyes de la lógica; cuando las puertas se abrían, la geometría queda abolida y de la nada brotaban olas de sangre y sexo putrefacto. El espectador era remitido a un universo atávico, inconsciente, delirante, psicótico, violento y tan perfectamente ordenado como las estancias del hotel. Eran personajes solitarios, aislados, obsesivos. Un hombre atrapado que ya ha cruzado el límite, una mujer en perpetuo estado de shock, un niño hipervigilante, la exacta geometría de unos cuantos pasillos que parecían comprimirse en la distancia, algo parecido, pero en absoluto igual, a un redoble de tambor, una amigable conversación con el barman; esos eran los ingredientes que aquella película necesitó para construir una de las mayores odisea del horror jamás filmadas.
En Doctor Sueño son los personajes los que se multiplican; e incluso se intenta dar un barniz psicológico a los principales, pero la mayor parte de ellos no son más que atrezzo y/o carnaza, y los caracteres que se esbozan están tan trillados que le quitan cualquier incertidumbre a un desenlace varias veces vociferado con antelación, pues la película constantemente se autospoilea. La único aparentemente novedoso, en el fondo otra convención, es una preadolescente negra (siguiendo aquí, sin rastro de ironía, la lógica de los Public Enemy: White woman, black men: black child) que en vez de El Resplandor tiene superpoderes. A pesar de los problemas lógicos derivados de su innata superioridad es supersegura, superastuta y superordenada. Y su padre no solo la quiere con locura, sino que también tiene un superMacbook. Evidentemente, también hay una Mala (sospecho que aquí no quisieron desviarse de la novela todo lo que les hubiera gustado). Y también tienen superpoderes. E incluso un montón de malotes, más bien poco superpoderosos, que sirven para fusilar cualquier atmósfera de terror y arrastrar la película por lo más vulgar del cine de acción.
Aquella era un original ejercicio de síntesis y concisión, y esta solo una amalgama de lugares comunes. Más que una película creada para provocar pánico en el espectador, es una película diseñada desde el pánico a no cumplir con su cuota de mercado y el terror a no cumplir con las expectativas del espectador. En esencia, es una película cobarde, simple y previsible cuyo mayor merito consiste en un par de escenas que más que miedo provocan repugnancia.
Allí solo había un escenario, cuatro personajes y una sucesión de elipsis; pero ese escenario estaba lleno de secretos, de ángulos muertos, de puntos de fuga que concentraban la atención del espectador sobre un único tema nunca explícitamente señalado. Así, los diálogos estaban llenos de sobrentendidos, de insidiosas alusiones, de pérfidas insinuaciones en las que todo quedaba dicho a pesar de que nunca se decía. La película, más que estructurarse en la clásica sucesión de actos preconcebidos para un clímax (tan arquetípica del cine de terror), partía de una situación estática y nunca se desplazaba. Salvo los rostros de los vivos, todo resultaba hierático, fijo, inmóvil y ajeno al tiempo. La propia atmósfera del Overlook, un personaje más, parecía un fantasma atrapado por su pasado: su aire inmóvil, sus puertas cerradas, los pasillos llenos de un vacío que multiplicaba la extrañeza de ver un triciclo dando vueltas en su infinita circularidad. El tema de fondo tan solo se podía deducir de la firmeza con la Jack agarraba a su hijo, del nerviosismo que parecía atenazar a su esposa, de un conversación absolutamente delirante filmada en un baño lleno de intersecciones en las que no había sombras. No había ni psicología ni drama, ni redención ni esperanza; solo una ópera minimalista disfrazada de espectáculo, una pequeña tragedia de todos los días interpretada con gran orquesta. La cámara era la historia, el guión era las pistas, la música y el sonido llenaban de densidad y presión la imagen hasta hacerla supurar. Tan focalizada estaba sobre la obsesión que propia tensión de esta constantemente rompía las leyes de la lógica; cuando las puertas se abrían, la geometría queda abolida y de la nada brotaban olas de sangre y sexo putrefacto. El espectador era remitido a un universo atávico, inconsciente, delirante, psicótico, violento y tan perfectamente ordenado como las estancias del hotel. Eran personajes solitarios, aislados, obsesivos. Un hombre atrapado que ya ha cruzado el límite, una mujer en perpetuo estado de shock, un niño hipervigilante, la exacta geometría de unos cuantos pasillos que parecían comprimirse en la distancia, algo parecido, pero en absoluto igual, a un redoble de tambor, una amigable conversación con el barman; esos eran los ingredientes que aquella película necesitó para construir una de las mayores odisea del horror jamás filmadas.
En Doctor Sueño son los personajes los que se multiplican; e incluso se intenta dar un barniz psicológico a los principales, pero la mayor parte de ellos no son más que atrezzo y/o carnaza, y los caracteres que se esbozan están tan trillados que le quitan cualquier incertidumbre a un desenlace varias veces vociferado con antelación, pues la película constantemente se autospoilea. La único aparentemente novedoso, en el fondo otra convención, es una preadolescente negra (siguiendo aquí, sin rastro de ironía, la lógica de los Public Enemy: White woman, black men: black child) que en vez de El Resplandor tiene superpoderes. A pesar de los problemas lógicos derivados de su innata superioridad es supersegura, superastuta y superordenada. Y su padre no solo la quiere con locura, sino que también tiene un superMacbook. Evidentemente, también hay una Mala (sospecho que aquí no quisieron desviarse de la novela todo lo que les hubiera gustado). Y también tienen superpoderes. E incluso un montón de malotes, más bien poco superpoderosos, que sirven para fusilar cualquier atmósfera de terror y arrastrar la película por lo más vulgar del cine de acción.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Hay muchos escenarios, pero ninguno lo suficientemente elaborado como para crear una atmósfera, y mucho menos una atmósfera que simultáneamente parezca real e inquietante, sólida y quebradiza. No hay consistencia ni siquiera en los niveles más básicos del tratamiento de la imagen, en vez del aire limpio y diáfano que iluminaba cada plano de El Resplandor, hay un mejunje lleno de postizos sacados de todas las partes que no conducen a ninguna.
O solo a una: la parodia.
No es que la película sea mala; tiene sus momentos. Es la comparación. En Doctor Sueño lo que se ve es lo que hay y además se dice por si acaso, llegando incluso a explicar detalles de El Resplandor. Pero cuanto más se intenta aproximar a lo que ni tan siquiera es capaz de imitar, más grotesca resulta. Por ejemplo, lo que en la película de 1980 era una ruptura de la lógica, de lo que cabía suponer que podría pasar, en la que el espectador es obligado a contemplar, sin previo aviso, a cámara lenta, mediante un plano, largo, sádico y estático, como un anodino vestíbulo de hotel, con su orden, sus líneas claras y distinguibles, su aséptica y pulcra apariencia, su perfecta simetría, es arrasado por una orgánica e inconcebible ola de sangre que tiñe de rojo incluso la cámara (…), es ahora nuevamente reproducido, pero antes de que el personaje llegue, la cámara ya nos indica dos veces de manera explícita que algo va a suceder allí. Cuando sucede, esta película se limita a repetir el plano de la anterior, pero acortándolo e interrumpiéndolo para poner imágenes del presente. En esos momentos queda claro el nivel de aquella y el de esta, tan incapaz de acercarse a la potencia de aquellas imágenes que tan solo aspira a repetirlas de manera cínica y burlona.
Como sucede con la banda sonora; en donde los acordes de aquella resuenan aquí como auténticos pegotes de sonido; sin relación alguna con la imagen ni aun cuando intentan calcar los planos (por ejemplo, la Ascensión al Overlook… en la oscuridad…).
Y aún así, los breves fragmentos de aquella son lo mejor de esta. El resto no es más que una sucesión de imágenes transformadas en mercancía: cálidas, detalladas, evocadoras, como la propia fotografía, la música o el argumento, románticos en su forma y absolutamente convencionales en su fondo. En general, la creatividad de aquella, la minuciosa precisión con la que disponía cada uno de sus elementos y la paradójica maestría mediante la que simultáneamente iba dinamitándolos, es aquí neutralizada por una historia construida sobre clichés y efectos de sonido, donde, más que miedo, lo que se busca pasear al espectador por un confortable y seguro museo del horror, convirtiendo por el camino el aterrador Overlook en un trivial spa.
O solo a una: la parodia.
No es que la película sea mala; tiene sus momentos. Es la comparación. En Doctor Sueño lo que se ve es lo que hay y además se dice por si acaso, llegando incluso a explicar detalles de El Resplandor. Pero cuanto más se intenta aproximar a lo que ni tan siquiera es capaz de imitar, más grotesca resulta. Por ejemplo, lo que en la película de 1980 era una ruptura de la lógica, de lo que cabía suponer que podría pasar, en la que el espectador es obligado a contemplar, sin previo aviso, a cámara lenta, mediante un plano, largo, sádico y estático, como un anodino vestíbulo de hotel, con su orden, sus líneas claras y distinguibles, su aséptica y pulcra apariencia, su perfecta simetría, es arrasado por una orgánica e inconcebible ola de sangre que tiñe de rojo incluso la cámara (…), es ahora nuevamente reproducido, pero antes de que el personaje llegue, la cámara ya nos indica dos veces de manera explícita que algo va a suceder allí. Cuando sucede, esta película se limita a repetir el plano de la anterior, pero acortándolo e interrumpiéndolo para poner imágenes del presente. En esos momentos queda claro el nivel de aquella y el de esta, tan incapaz de acercarse a la potencia de aquellas imágenes que tan solo aspira a repetirlas de manera cínica y burlona.
Como sucede con la banda sonora; en donde los acordes de aquella resuenan aquí como auténticos pegotes de sonido; sin relación alguna con la imagen ni aun cuando intentan calcar los planos (por ejemplo, la Ascensión al Overlook… en la oscuridad…).
Y aún así, los breves fragmentos de aquella son lo mejor de esta. El resto no es más que una sucesión de imágenes transformadas en mercancía: cálidas, detalladas, evocadoras, como la propia fotografía, la música o el argumento, románticos en su forma y absolutamente convencionales en su fondo. En general, la creatividad de aquella, la minuciosa precisión con la que disponía cada uno de sus elementos y la paradójica maestría mediante la que simultáneamente iba dinamitándolos, es aquí neutralizada por una historia construida sobre clichés y efectos de sonido, donde, más que miedo, lo que se busca pasear al espectador por un confortable y seguro museo del horror, convirtiendo por el camino el aterrador Overlook en un trivial spa.