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España España · Zaragoza
Voto de Paco Ortega:
9
Drama. Romance Harry Lund, de 19 años, trabaja en un almacén de vidrio y porcelana. Cerca de ahí trabaja Mónica en un almacén de vegetales. Mónica es una chica de 17 años alegre y feliz. Ella empieza una conversación con él al verlo en un café. Después de un tiempo se enamoran. Los dos son hostigados en su empleo por su edad. Mónica abandona su casa después de una discusión con su padre y Harry deja su trabajo después de una discusión con su jefe. Sin ... [+]
27 de abril de 2009
21 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Catorce años más joven que Bergman, Harriet Anderson y el director sueco mantuvieron durante el rodaje de esta película una relación amorosa que, finalmente, se transformó en una amistad indeleble. Lo cierto es que, según cuenta Bergman en su autobiografía “Linterna Mágica”, el rodaje duró bastante, entre otras cosas porque un problema técnico echó a perder muchos metros de celulóide. De esa circunstancia pocos se lamentaron: el equipo vivió en una especie de libertad salvaje durante semanas que propició las relaciones y los encuentros entre sus miembros. Y creo sinceramente que esa es una de las claves para entender esta magnífica película.

Pesimista, por cierto. Pesimista sobre la perdurabilidad del amor. De eso supo mucho en vida su creador, que cambió de pareja, y le cambiaron, bastantes veces. Volveremos mucho tiempo después a diseccionar comportamientos de dúos en “Secretos de un matrimonio”, de pareja consolidada, y, en el fondo, putrefacta. Ahora lo que se pone delante de la cámara son dos jóvenes hermosos e inmaduros, encarnados por una esplendorosa Anderson, y por un magnífico Lars Ekborg.

En una hay dos películas, o dos partes de una misma historia. La primera, la que narra los momentos en que la relación entre ambos es un universo de esperanzas, a pesar de que Bergman nos muestra las diferencias entre ellos de una manera sutilmente magistral. Ante la misma proyección en un cine de barrio, ella llora y él bosteza indiferente... La segunda, en donde aparecen las diferencias, convertidas en simas de distancia incalculable. Se acabó la poesía y la aventura: las lágrimas y los bostezos son la descarnada realidad que se impone con imágenes demoledoras, como la del tren llegando a Estocolmo, o la del chico, desolado, negándose a entrar en su domicilio.

El conjunto es magnífico. La fotografía, que se detiene parsimoniosamente en el paisaje que enmarca la historia pasional. La cámara que recoge medio minuto de mirada directa de la joven, abstraída, preguntándole cosas al espectador y preguntándoselas ella misma. Esa mirada que iba a fascinar a Godard y a los jóvenes de la “Nouvelle Vague”, y que rompía, sin alharacas ni grandilocuencia, los moldes de hacer cine. Un cine que a partir de ahora nos mira a nosotros directamente.

Estamos, tal vez, ante la primera genialidad de Bergman. Aquí están contenidas todas las pistas de su cinematografía, están abiertos todos los caminos que después transitaremos agarrados a sus ojos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Paco Ortega
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